Los chicos de la prensa han hecho énfasis en dos hechos: a) que el bosnio estaba desequilibrado (han utilizado para referirse a su estado mental el adjetivo lábil que, aunque poco usado, también existe en español) y b) han mencionado que el bosnio llevaba en el mochilo el libro de oraciones coránicas que forma parte del pret-a-porter de cualquier terrorista que se respete.
Nos detendremos en el aspecto b) de la cuestión, hoy que hacemos recuento de lo que ocupa los encéfalos indígenas.
Y es que, queridos lectores, en Austria, estos días, se habla mucho de integración. Los aborígenes, a través de sus telediarios , de sus programas debate, y de sus periódicos (serios, el Österreich no cuenta) han puesto sus barbas a remojar (despues de ver el brutal pelado sufrido por las de otros ciudadanos europeos) y se están haciendo esta pregunta: nosotros, que somos receptores de inmigrantes. ¿Qué podemos hacer para facilitar la integración y que no les dé por la bomba y el atentado mortal?
Por supuesto, esta pregunta obedece a ese espíritu austríaco, que a ti y a mí nos apasiona, de hacer de la necesidad, virtud. Yo creo que ahí está el secreto del éxito de este país que me acoge. Claro está que también existe una parte de la población con el cerebro más acorchado (como siempre, Strache y sus palmeros) que no están dispuestos a ceder ni un milímetro en sus posiciones y que, dispuestos a caldear el tema social para atraerse a la facción más fas…digo, conservadora del electorado, incluso convocan manifas antiárabes en lugares periféricos. Barrios extrarradiales en donde saben que van a tener una acogida más favorable. Nuestro amigo HC Strache, dentro de esta estrategia de sacar a la calle los alazanes del miedo, convocó una marcha hace unos días en el bonito suburbio de Brigittenau, marco incomparable de pureza sin igual (según él) en el que la municipalidad ha dado permiso para instalar un centro islámico. HC Strache, abandonó por unas horas su sonrisa profidént (una sonrisa helada que raras veces le sube a los ojos azules) para capitanear a una pandilla de ciudadanos tan asustados como furiosos, que decían pretender evitar que su barrio amado se convirtiese en un centro de formación de Mujhaidines.
Y es que, amigos míos, minaretes sí, minaretes no: esa es la gran pregunta.
Pero como no hay una de cal sin que haya una de arena, la sociedad austríaca se encuentra con el corazón encogido por el caso de una adolescente de origen yugoslavo cuya familia disfrutaba de asilo en Austria. Las condiciones del asilo han terminado y toda la familia debe volver a marchar a su país (según el confuso relato que yo escuché ayer en el Zeit im Bild). La muchacha se encuentra desaparecida y dice que, como su familia se tenga que ir de Austria, se suicidará para que su muerte recaiga sobre las conciencias de los patrocinadores de normativa tan cruel.
Los vecinos de la familia asilada han recogido firmas (hasta ahora, lamentablemente, sin resultado) y el alcalde de su pueblo salió ayer en la tele llevándoles cestas de fruta como regalo de despedida. Para toda la comunidad, es una injusticia que clama al cielo que estas personas, inmigrantes que están absolutamente integrados en la sociedad, tengan que salir del país, mientras –piensan ellos- hay tanto chorimangui por ahí que vive del erario público y al que las leyes tratan con papel de fumar en los dedos(esta segunda parte no se dice, pero está implícita, claro). Y es que, en este espinoso tema, los nervios están a flor de piel, y siempre parece que, del lado del inmigrante malo, el cesped crece más verde y lujurioso.
La situación es explosiva, claro. Porque ya hay otro adolescente que se ha echado al monte (un chavalín) por un caso parecido.
¡Y pensar que lo más rebelde que se les ocurría a la pandilla de Verano Azul era hablar al revés y llamarle a Barrilete Telerriba!
Vamos, con la mitad de una cosa de estas, Mercero hacía una serie que dejaba a Chanquete a la altura de Cruz y Raya.*
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