A través de Viena Directo me he enamorado de esta tierra que ya es la mía de adopción. He aprendido a quererla como hay que querer a las personas: principalmente, por sus defectos. Es fácil amarnos por nuestras virtudes, pero el auténtico cariño, el que nace de la profundidad del trato, sólo es el resultado de un esfuerzo de tolerancia, que es lo mismo que decir que es el resultado de la curiosidad. Austria, en ese sentido, es mi asignatura interminable, el objeto al que se dirige mi intriga. Su idioma, que empiezo a conocer, empieza a sonar agradable en mis oídos y supongo que, si alguna vez me voy, el sonido del dialecto vienés seguirá siendo la patria de mis nostalgias.
Viena Directo se parece cada vez más a mí. Con mis defectos y mis virtudes. Y quisiera, como me esfuerzo que pase conmigo mismo, que el espinazo de los textos futuros fuera el sentido del humor bendito y necesario que me esfuerzo en aplicar a cada segundo de mi vida diaria. Un sentido del humor que, en modo alguno, está reñido con el rigor y con la seriedad, sino que es parte inseparable de ellos.
Hablo de los textos futuros porque en los pasados no estoy seguro de haberlo conseguido siempre (aunque, es verdad, no siempre lo he intentado).
La risa es la única arma que quisiera manejar en mi vida. Es el lubricante de todas las relaciones, pero también tiene el reverso ácido de revelar lo artificial, la dictadura de las grandes palabras, de los conceptos vacíos. La risa es libre, no respeta nada, se interroga por todo, todo lo examina y lo cuestiona. Y, por lo mismo, ha sido la expresión de la inteligencia humana más perseguida a lo largo de la historia.
Sospecha de alguien que no te deje reirte de lo que cree.
Si tengo que sentirme algo, miembro de una clase, de un club, quisiera ofrecerme candidato a ser hermano de Groucho, sobrino de Elvira (Lindo), compañero de filas de Faemino y de Cansado, escudero de los caballeros Eduardos (Mendicutti y Mendoza), de Muñoz Seca y de Jardiel, nieto de la Lina Morgan de “El ultimo tranvía”,que me han hecho llorar de risa. A ellos les rezo todas las noches pidiéndoles que no abandonen las cuatro esquinitas que tiene mi cama.
El escritor tiene la obligación de picar la curiosidad del lector, de huir de todo lo falso y lo prefabricado. El escritor está obligado, porque su oficio así lo exige, a ofrecerse y a decir siempre la verdad. Su verdad. Cualquier texto que no esté elaborado desde esas premisas es algo condenado a caducar. A servir a un interés momentáneo, a tartajear con el paso de los años. Sólo el trabajo bien hecho permanece. Cuando leo a escritores que han muerto hace muchos años, que observaron a unos contemporáneos suyos que hoy están todos calvos en la huesa, siento que me hablan a mí, a Paco. Como espero que tú sientas que te estoy hablando a ti, en este momento. Porque sólo escribo para ti. Y ese es el milagro cotidiano de juntar las letras.
Cada día busco para tí un tema que a ti y a mí nos atraiga y nos interese, que nos conmueva y nos haga reir, que nos informe, que nos estimule a ser mejores, a encaminar nuestros pasos en una dirección que merezca la pena. Cada día busco un tema que a ti y a mí nos transmita la duda. El estado efervescente de encontrarnos siempre del lado más lúcido de la frontera. Sin casarnos con nadie.
Es un objetivo ambicioso, casi descabellado, pero son los únicos que merecen la pena en la vida. Los que nos espolean y nos ayudan a ser más felices.
Quisiera terminar esta entrada de aniversario, que debiera haber sido la primera de este blog por todo lo que tiene de declaración de intenciones, dándote las gracias, lector,lectora, amigo mío, amiga mía, cuya cara no veo, pero cuyas reacciones imagino cada vez que me pongo delante de un teclado.
Y sólo quisiera pedirte algo más: sigue ahí. Acompáñame. Porque, si Dios quiere, nos quedan todavía muchos días en Viena Directo. Muchas cosas que aprender. Tanto y tanto por vivir.
Con esa esperanza, te saluda como (casi) cada día,
Paco
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