Después de casi cuatrocientas cincuenta entradas (un porrón) este blog no ha tocado todavía ese delicioso picorcillo en las palmas de las manos, esa sensación de mariposas en el estómago, esa alegría que provoca la necesidad irreprimible de darse cabezazos contra las paredes: o sea, que no he hablado aún de sexo.
No he mencionado , por ejemplo, que Viena está llena de Sexshops muy bien surtidos y muy frecuentados por los aborigenes. Concretamente hay uno manifiestamente elegante enfrente mismo del Saturn, a pocos pasos de la iglesia de Mariahilferstrasse y al ladito del durchgang (pasadizo) que lleva a la Wienzeile y al Naschmarkt.
Parejas y curiosos de todas las edades se complacen con los productos que la industria del caucho crea para el gozo solitario o compartido, y ponderan expertamente su flexibilidad, su tamaño o el realismo de su modelado. Ellas y ellos se prueban por encima prendas interiores de las que despojarse en la intimidad de las alcobas, y se dan suaves zurriagazos con fustas negras para poner coloradilla la parte de su cuerpo que más les suliveye.
En mi mismo edificio hay un local que ofrece jugosos entretenimientos al público homosexual, en forma de oscuridades sin sabor a culpa y material audiovisual variado. Frente por frente a mi oficina, hay un local especializado en placeres orientales donde te manosean utilizando técnicas perfeccionadas durante milenios y, cruzando la calle, un garito en el que jacarandosas odaliscas bálticas se dedican al descorche.
En mi barrio (que de particular no tiene nada, y cuando llueve se moja como los demás) hay dos clubes de apariencia más bien farmacéutica y un bar leather en el que, según opiniones autorizadas, llegada la navidad se sirven las galletitas más dulces de los contornos (porque el cuero negro no está reñido con la hospitalidad navideña ,y lo cortés no quita lo carnal).
Aunque siempre es peligroso generalizar, los aborígenes hablan de los placeres venereos con una naturalidad que hace que los españoles nos sintamos Torquemada. En ese sentido yo creo que los austriacos tienen una relación con su cuerpo mucho más desinhibida que los íberos y, a este que escribe, le ha sucedido ir paseando por las orillas del Danubio una tarde cualquiera de domingo y haberse encontrado a dos individuos en plenas maniobras orquestales ante la mirada más o menos disimulada de los transeúntes –ancianas, vendedores de helados con Radio Arabella a todo meter, perros cocker de alegre trotecillo, ciclistas de expresión frígida, patinadores, damas orondas haciendo jogging, etc-.
Para muestra de la alta temperatura erótica que viven estas calles, aquí dejo una selección de lo más granado de la publicidad pecaminosa que inunda los espacios urbanos. Destacan por méritos propios los anuncios de Palmers (cadena de tiendas de lencería culpable de muchos accidentes en las calles vienesas) y los pimpantes traseros de los integrantes del equipo austriaco de esquí en esta publicidad de la marca Iglo, consagrada al loable fin de que los aborígenes coman más pescadito (aunque sea congelado).
Los chicos del equipo de esquí austriaco demostrando que nada como el deporte blanco y el pescado para tener unas asentaderas duras y redondas. Por cierto, el jueves, si la vista no me engaña, es Herminator, conocido de mis lectores más atentos por haber hecho de Don Quijote en un anuncio.
Responder a Lluís Martí (intratable) Cancelar la respuesta