¡Basta!
Basta de política.
Por lo menos, de momento.
Hoy he empezado mi curso de alemán. Se llama Perfektes Schreiben y lo da un señor mayor en el que he reconocido un igual: esto es: un amante del lenguaje.
A la gente que, como a mi profesor y a mí, nos gustan las palabras, nos produce un singular placer encontrar los sistemas, las resonancias, que llevan de una palabra a otra, como cuando se cruza un rio saltando por las piedras. Reconocer esas pautas que hacen que los idiomas sean una arquitectura racional, nos llena de un íntimo gozo (un poco absurdillo también, por qué no decirlo). Un gozo curioso, puesto que, utilizando la terminología psicológica, “nos refuerza”. O sea: actúa como la sardina que se le da a las focas del zoo como recompensa cuando hacen bien sus piruetas.
ATENCIÓN, DETALLE PRÁCTICO: El curso lo estoy haciendo en una Volkhochschule que, si yo no estoy mal informado, es lo que en España serían las Universidades populares. Y me ha costado la bonita suma de 138 Euros. Por doce sesiones de dos horas. Lo cual, si mis lectores se toman la molestia de hacer cuentecillas (previa apertura de la calculadora del Windows) no está nada mal. Pero es que, aún está mejor si se considera que la Kammer für Arbeiter und Angesltellte für Wien, por el hecho de haber trabajado en Austria, me ha subvencionado el curso con cien euretes que me han venido fenomenal y me han terminado de redondear el precio. A estos euros anuales se tiene derecho siempre que uno haya trabajado en Austria y es el dinero al que uno tiene derecho si quiere seguir formándose (además, según mis noticias, hay otras ayudas a medida, pero de esto sólo sé de oidas y no lo puedo asegurar).
FIN DEL DETALLE PRÁCTICO.
Durante las próximas semanas sospecho que hablaré bastante de mis compañeros de curso, que proceden de los cuatro puntos cardinales de este pícaro planeta. Una japonesa, una iraní, una eslovaca, dos italianas que han venido en comandita, un checo y un mejicano hijo de españoles que está casado con una tinerfeña. De momento, diré que muchos de ellos conocen al profesor, y le tratan con cierta confianza.
El maestro es un señor que habla muy despacio y muy pronunciado, lo cual a veces causa esa sensación de incomodidad que uno siente cuando uno está en presencia de personas que tratan a menudo con ancianos o con niños pequeños. Por lo demás, he encontrado que tengo la gramática un tanto oxidada –aunque no tanto como yo pensaba- y que tengo que ponerme, pero ya, a memorizar cosas que no aprendí en su momento. Esto es, cuando llegué a este país y, para mi mal, me empeñé en no hacer curso ninguno.
En fin…Por lo menos, esto ha tenido una virtud: se me ha olvidado la política.
¿Y a vosotros?
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