Porque hoy, queridos Vienadictos, me voy de baile.
En Viena, estamos en plena Ball Saison. Particularmente los fines de semana, aquellos amantes de las tradiciones, de la rozadura de los zapatos de charol y de esa incómoda sensación que dejan los cuellos de las camisas de smoking, se reúnen para bailar al compás de las melodías de orquestas en diferente estado de afinación. Este fin de semana y el próximo, particularmente, son el punto álgido de la temporada. Viena es un puro ir y venir de hombres vestidos de elegante traje con solapas de seda (¿Corbata negra o corbata blanca? Datisdecuéstion) y chicas que hacen lo posible porque los rutilantes trajes largos no se les metan en los charcos.
Con motivo del baile al que voy a ir, he hecho hoy algo que llevaba varias semanas posponiendo, y ha sido esquilarme (tenía el pelo demasiado largo ya para que fuera un simple corte). He ido a mi peluquera de siempre, dueña de un destartalado local que siempre está vacío (a pesar de que la señora es una maga de las tijeras). Y resulta que me he encontrado, con tristeza (pero para alegría de ella) con que era su último día de trabajo y, por las horas, sospecho que yo he sido su último cliente. Se jubilaba la señora y pasaba al gozoso estado de pensionista y a dedicarse a lo que de verdad le apasiona en esta vida, que es pintar unas acuarelas un tanto sosas con paisajes otoñales y parques sin personas.
La mujer ha estado muy amable conmigo, y me ha rapado dándome conversación (que es una cosa que, en principio, yo odio cuando me cortan el pelo). Hemos hablado de los bailes y de los carnavales, y la pintora aficionada me ha dado una conferencia que lástima de no haber llevado encima los arreos de escribir.
En cualquier caso, en cuanto termine de componer este texto, sacaré el smoking, la camisa de cuello rígido, y le sacaré brillo a los zapatos buenos (los mismos, por cierto, que utilizo para las entrevistas de trabajo y que, gracias a Dios, ya no me hacen daño). Deseando estoy de pasar por el ritual acostumbrado: la apertura del baile, con su polonesa; la quadrille, que llega puntual a media noche (altura en donde la mitad del paisanaje está puesto de champagne y prosecco y nadie da mucho pie con bola)y la melancolía de las últimas horas, en las que parece que ha pasado un ejército por la pista.
Mañana mis lectores podrán, si Dios quiere, disfrutar de las imágenes del evento (espero que la cámara no se me olvide) en riguroso di…Diferido, claro. Por una vez.
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