Antes de entrar en más detalles, diré que, aún en una hipotética Wirtshaus que hubiera abierto ayer por la tarde, la decoración tendería indefectiblemente a un universo Forlady ochentero y decididamente reganiano (aquellos de mis lectores que hayan sido fanes y fanas de Las Chicas de Oro sabrán a lo que me refiero). Así, en muchas Wirtshaus (Wirtshäuser se diría escrito con propiedad) figuran en lugar preeminente unas lámparas Tiffany –de plástico, naturalmente- que hubieran podido colgar sin complejos en la cocina/office/campo de batalla de Blanche, Rose, Dorothy y Sofía. También la paleta de colores tiende al marrón (del caoba al color scheisse, con perdón) menos las paredes, que siempre son blancas. Hay mesas rodeadas por bancos corridos, sillas oscuras con el respaldo taladrado en forma de corazón. Y en cada mesa un bucarito con florecitas naturales, y en cada ventanita dos cortinitas de color sufridito que acaban atacando los nerviecitos. Las Wirtshaus pretenden ser lo más hogareñas posible pero, de puro correctas, no se libran de cierta impresonalidad.
Pasando al capítulo de usos: cuando el camarero llega a tu mesa, suele preguntarte primero lo que quieres de beber. Es muy probable que lleve en la mano el menú encuadernado en una carpeta cuyas tapas son de ese plástico mate del que se hacen esas fundillas baratas para el bonometro o el pasaporte. Suelen ser (las fundas) verde picoleto o de ese color vino que inmediatamente remite a lo sintético.
A la vuelta, con la bebida, y si es que vas a comprobar la calidad de la cocina, el Kellner trae el cubierto muy reliado en una servilleta de papel. Si tiene derecho a Inkasso (esto es, si el dueño le deja cobrar) llevará al cinto una bolsa de cuero en la que irá metido un gran monedero. A la hora de pagar, preguntará si cobra todo junto o por separado (en Austria la modalidad “a escote” no se estila). Si junto, esperará displicente el cobro (¡Ay, esa ausencia de vida sexual de los camareros vieneses!) si separado, “getrennt” en la lengua del país, sacará su lapicerillo y una libreta canija, idealmente de la cerveza Stiegel, e irá sumando de cabeza a velocidad vertiginosa (aquí, ser camarero es lo ideal contra el Alzheimer).
De los empanados y de la infaltable ensalada con tiras de pavo a la plancha ya hablaremos en otra ocasión.
(¿Quizá para el próximo Brenner? Hoy me he enterado de que ya lo están preparando. Se llamará “Wie die Tiere”).
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