Perdonarán mis lectores que esta semana les haya tenido menos al tanto de lo normal sobre la actualidad alpina, pero es que, como no he ido al gimnasio y, debido a otras ocupaciones, apenas he visto la tele, no me he podido informar como Dios manda. Paso, de todas maneras, a reparar mi error.
Como todo el mundo sabe, Joseph Fritzl recibió el día de su santo la noticia de que pasará el resto de sus días en una trena para psicópatas.¿Y dónde –se preguntarán mis lectores- está dicha trena? Pues hete aquí, coincidencias de la vida, que el talego en cuestión está nada más y nada menos que en mi barrio. Porque este blog, queridos y queridas, está siempre, aunque no quiera, en todo el cogollo del meollo del repollo.
Y es que, en Austria, las cárceles están en medio de las poblaciones. Y no sólo ésta donde será almacenado Fritzl, sino también, por ejemplo, la prisión de alta seguridad de Krems en la que, si no me equivoco, está el choricete del Bawag. Esta penitenciaría, equivalente al penal de Picassens o al de Alcalá-Meco, se encuentra frente al museo del cómic que también está en la bonita ciudad del Wachau. Y así, de camino a sus terapias ocupacionales, los internos no sólo pueden ver los dibujos de Deix que adornan el edificio, sino también unos carteles muy salados con los golfos apandadores (unas figuras de cómic que, en este contexto, a uno le parecen de un sentido del humor un poco dudoso).
La prisión en donde estará Joseph Fritzl es un edificio de principios del siglo pasado, frontero con otras dos casas de vecindad de los años setenta. Desde las ventanas de la cárcel se ven un par de callecitas grises y un parque algo canijo en el cual, cuando el tiempo lo permite, juegan los chavales al baloncesto.
Si no fuera por las rejas, y por cierta severidad arquitectónica, la verdad es que nadie diría que el edificio es una prisión. De hecho, yo tardé como seis meses en enterarme y pasaba por la puerta con cierta asiduidad (una de las paradas del autobús 13 cae cerca). En verano, con las ventanas abiertas, se escuchan las voces de los internos jugando a los naipes, o las músicas de las televisiones. Por cierto que también mi (ex)profesor de alemán dio clases de escritura en este penal y por él sé que la población que vive a la sombra de sus barrontes es mayoritariamente de delincuentes sexuales. Tengo que decir que cuando el Herr Tscheike hablaba de la cuestión, se arrugaba el hombre un tanto, y casi nos pedía que tuviéramos compasión de aquellos pobres que, a la desgraciada circunstancia de estar recluidos, añadían la de estar pirados. Amén.
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