–Una buena tostada con aceite de oliva y ajo (el ajo, queridos y queridas, no es erótico pero, aparte de sabroso, resulta de lo más saludable).
–Una buena conversación con alguien cuya inteligencia admiremos (a falta de méritos propios uno es un gran admirador de la inteligencia ajena).
–La contemplación continuada (y a lo mejor subrepticia, que da más morbete) de la belleza de un ser que nos suliveye.
–Ayudar a alguien a algo que a nosotros nos resulta enormemente fácil y a la otra persona muy complicado, y sentir que uno es útil, y no sentir ninguna vanidad al respecto.
-Cualquiera de esa veintena corta de libros que uno conoce casi de memoria y que se pueden releer metiendo el dedo por cualquier página (en mi caso, esa lista es relativamente fácil de hacer: son los libros irrenunciables que me traje a Viena).
-Derivada de la anterior: estar releyendo esos libros y tener la sensación de que uno “habla” con sus autores, algunos fallecidos hace tiempo.
-Cualquiera de esas veces en que, al poner el punto final a un texto, uno siente que le ha salido redondo.
–Encontrar una similitud o una relación entre dos persona(je)s que nadie ha visto antes.
-Cualquiera de las numerosas anécdotas geniales de mi hermano, el ser que más me ha hecho reír en esta vida (a veces en momentos en los que ninguno de los dos teníamos ninguna razón para reírnos).
–Hacer reír a alguien que nos cae bien.
-El recuerdo de aquellas comidas en familia (de fondo, el Príncipe de Bel-Air) en las que estuvimos a punto de morir varias veces por atragantamiento.
-Despertar después de una noche de sueño reparador. Item más: dormir hasta tarde (un sábado por la mañana, por ejemplo).
–El sexo (mola).
–El deporte.
-Casi se me olvida: escuchar una historia bien contada.
En fin: la vida está llena de cosas inmejorables. La lista anterior, aparte de incompleta, está escrita casi al azar, sin ninguna pretensión de orden. Seguro que tú también tienes la tuya. Quizá quieras hacer como yo y dejar algún comentario.
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