La seguridad de la sencillez

El bambú, símbolo de la flexibilidad y de la rectitud
El bambú, símbolo de la flexibilidad y de la rectitud

6 de Mayo.- Querida sobrina: una de las cosas que tanto tu padre como yo tenemos que agradecerle a tu abuelo es que nos haya enseñado (de palabra y predicando con el ejemplo) que lo moral es, en la mayoría de los casos, enormemente simple.

En casi todas las situaciones que se presentan en la vida es fácil saber si algo es decente o no. Basta preguntarse si, tomando un curso de acción determinado, la situación de alguien pasará a ser peor de lo que era antes de actuar. Si es así, el veredicto es claro.

Naturalmente, hay gente que siempre encuentra excusas para que esta limpieza de comportamiento no sea tan recta como tu abuelo siempre nos ha enseñado. Por ejemplo, la venganza.

Sin embargo yo opino que, el que otro haya actuado mal no es excusa, ni mucho menos, para que nuestro comportamiento deje de ser irreprochable. Incluso, cuando las consecuencias de esa mala actuación hayan recaido directamente sobre nosotros.

En todo momento, ya que no nos queda el consuelo de no ser perjudicados, nos tiene que quedar el de, por lo menos, ser la parte decente del asunto.

Todo esto me ha venido a la cabeza esta mañana porque durante el día de ayer me enteré de que una persona, a la que conozco lejanamente, está planeando desquitarse de alguien muy cercano porque ese alguien muy cercano le ha hecho algo que ha estado bastante feo (lástima que, al ser estas cartas abiertas, no pueda darte más detalles en bien de la discreción). En fin. Me ha sorprendido mucho esta conducta de mi conocido, porque es una persona que opone al mundo una fachada de inteligencia y elegancia; en todo caso, una fachada que no concuerda nada con una conducta tan baja y ordinaria como es la venganza.

Naturalmente, si decides acoplarte a esta postura ética que a tu padre y a mí nos ha dado tan buenos resultados, empezarás a darte cuenta de que la gente actúa de manera muy poco consecuente y que la gama de excusas que los seres humanos nos damos hacer diabluras es prácticamente inagotable.

Pero lo peor será que fingirán pedirte consejo y opinión (nunca para hacer las cosas bien, sino para reafirmarse en las decisiones que ya han tomado) y, cuando tú expongas lo que te parecen las cosas –generalmente remedios demasiado sensatos para un corazón tibio o pusilánime- te dirán que eres una antigua; que las cosas ya no son así, y que hay que inclinarse por determinadas motivaciones que pondrán bajo el epígrafe de “naturales” o “normales”, sólo porque les convienen para sus fines.

Hazme caso: no discutas, es inútil.

Intentarás en vano convencerles de que, cuando están en juego las mínimas normas de la delicadeza moral dedicirse por lo correcto siempre es fácil, o si dices que prefieres salir perjudicada tú a que un tercero sufra, te dirán que eres una orgullosa y empezarán a buscarle al gato un trío de patas que estará muy lejos de tus intenciones.

Ainara, hay un especial placer en sentir que uno ha actuado bien. La cara de uno resplandece de otra forma y, sin duda, uno duerme mejor. La decencia que, sin embargo, no juzga el comportamiento de los otros, es la receta.

Besos de tu tío.


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