Aquí, los pechos aborígenes se hinchan, las miradas se hacen condescendientes, las sonrisas adquieren un matiz inconfundible de paternalismo. Como diciendo “tú no tienes nada que temer”. Alguien se convierte en portavoz del grupo:
-¿Con quién no me puedo comparar?
-Pues…Con los otros.
-Pues con los turcos, los rumanos, los yugoslavos…En fin: tú ya me entiendes.
O como diría mi madre, que es una señora que las caza al vuelo:
Es el tópico de siempre: mira como a Messi nadie le llama sudaca.
Querer a alguien, y yo quiero a Austria apasionadamente, también implica (o, sobre todo, implica) quererle por sus defectos. A mí me sorprende que los aborígenes no detecten lo que está debajo de las soflamas de los partidos extremistas. Ese ramalazo negro camuflado bajo un maquillaje impecable de civismo y buena educación; bastante parecido, si bien se mira, al lado cafre y cainita que los españoles guardamos bajo nuestra proverbial alegría de vivir.El caso es que, como muchos españoles que juran, si son del PSOE que los del PP son unos fachas, ratas de sacristía, homófobos y racistas; o, si son de la bancada contraria, juran que los del PSOE son maoístas quemaconventos, no hay muchos aborígenes que descubran la contradicción que subyace en una conversación en la que se pone a escurrir a los extranjeros cuando hay uno delante.
Y a veces es muy desasosegante: como ser un negro al que una banda de skin heads hubiera aceptado en sus filas.
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