¿La función? Espectacular, cuidada y, sobre todo, muy amena.
A primera vista no parece fácil trasladar al ballet, y por lo tanto a la mudez, una obra tan torrencialmente verbal como es la novela de Tolstoi. Y sin embargo estaba todo hecho con notable gracia y precisión. El baile cortesano en el que se concen Ana Karenina y Vronsky, la escena del hipódromo, Venecia y el espectacular efecto final. Todo ligerito, sin regodearse. Por ahí, me gustó.
Los bailarines. Ana Karenina (Ketevan Papava, aquí, en el concierto de Año Nuevo), lo hizo fenomenal y Karenin, el bailarín Eno Peci, aqui en Manon Lescault) bordó su papel. Tuve mis reservas, eso sí, con Vronsky. No se entendía que Ana Karenina dejase a su marido por aquel tipo que, en algunas ocasiones, no sabía bien qué hacer con los brazos. Pero en general, el conjunto funcionó frenomenal y los intérpretes se ganaron su buen cuarto de hora de aplausos y vítores.
El público del ballet es diferente del de la ópera. Empezando porque, como media, es un pelín más joven y siguiendo porque su interés es, a veces, profesional. Ayer, el patio de butacas estaba salpicado aquí y allá de chicas con pinta de princesa rusa perseguida por una jauría de feroces bolcheviques. O sea: cutis de porcelana, límpidos ojos azules, labios carnosos, nariz un tanto respingona, como el trasero del pato Donald; pelo rubio miel recogido en un moño y extremidades largas y aristocráticas.
También podía comprobarse que, a la gente que baila o ha bailado, se le nota en la postura. Tienen como dos agujas finas y doradas saliéndoles de los homóplatos. Una forma especial de pisar, como si quisieran acariciar el mundo con los pies, una tensión peculiar en las cervicales y en las caderas que les condiciona la forma de sentarse.
Al estar cerca del escenario me sorprendió también que el ballet tiene un algo militar. Quizá porque el sonido de cuarenta cuerpos tomando impulso, brincando y cayendo al mismo tiempo sobre el escenario remite más a lo castrense que a cualquier cosa delicada. Sin embargo, impresiona tanta fuerza junta y tanta vitalidad. No hay nada tan hermoso como el cuerpo humano en movimiento. Mientras miraba aquellos hermosos ejemplares de homo sapiens sapiens también pensaba que aquellos prodigios de educación, esfuerzo y sentido del ritmo tienen una carrera muy corta. Llegan bailando a los cuarenta como mucho ¿Qué harán después?, me pegunte. Enseñar o estudiar otra cosa, supongo. Y me imaginé a gráciles enfermeras, a delicadas guardias de tráfico, a etéreas abogadas arreglando picajosos pleitos; por no hablar de los elásticos funcionarios, los enhiestos profesores de física y química o los elegantes chefs de alta cocina.Quizá, de las formas que el hombre ha inventado de repartir belleza por este mundo, el ballet sea una de las más eficaces y gustosas.
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