La verdad es que no hubiera prestado atención a la noticia si no hubiera sido porque el locutor ha usado la palabra “songs” para referirse al objeto del choriceo cibernético –estaba demasiado ocupado en que la perilla no me quedara torcida, como siempre-.
(Paréntesis: me pone malo la manía de los periodistas de utilizar palabras inglesas cuando hay palabras alemanas que dicen lo mismo; me parece de una horterada inenarrable que los textos se llenen de “stories”, “songs”, “babies”, etc. Se cierra paréntesis).
La verdad es que la noticia me ha retrotraido a un comentario que me hizo el otro día alguien muy cercano (español) en el sentido de que, en España, “ya nadie compraba películas” (vamos, ni discos ni nada). Y que todo el mundo se lo baja todo de internet. Ilegalmente, se comprende.
También he recordado esta reprimenda que nos echó hace poco el Congreso de los Estados Unidos, en la que se nos calificaba de paraíso de la piratería. Una especie de Isla de la Tortuga informática en la que todos los granujas tienen su acomodo.
En Austria la gente no se baja muchas cosas de internet. Entiendo que porque los aborígenes piensan a) que las películas están baratas y que no hace falta conseguirlas de manera ilegal, y no siempre segura, cuando uno se las puede comprar tranquilamente y b) porque, siendo los austriacos tan clasistas como son, consideran que estas piraterías son cosa de gente de poco nivel socio-cultural.
En los mercadillos, eso sí, se venden polos de Lacoste más falsos que un duro sevillano pero, en general, a los aborígenes (y lo digo también por mi propia experiencia comercial) les gustan las cosas originales porque así pueden presumir de ellas (y, por tanto, de la pasta que ganan y que les permite comprárselas); así como por una cuestión de calidad. En general, se tiene la sensación de que consumir un artículo pirateado es una cosa cutre, que desprestigia un poco al que lo hace.
Es la situación contraria a la española. En mi país la tolerancia social hacia aquellos que bajan películas, copian juegos y se llenan los discos duros de archivos ajenos es universal.
La gente en España se justifica argumentando que los bienes culturales están carísimos cuando en realidad, quizá quieren decir: ¿Por qué pagar por algo que puedo conseguir gratis?
Ahora bien: también es cierto que, en España, sigue sin resolverse el problema del reparto de los derechos de autor y también es cierto que hay mucha gente que vive (o sea, parasitariamente) de esos organismos que, teóricamente, garantizar a los artistas una seguridad económica para que pudieran seguir alegrándonos la vida pero que, en realidad son, en demasiadas ocasiones, refugio de mediocridades con alma de covachuelistas.
El organismo que se encarga de gestionar los derechos de autor de los artistas españoles es, hoy en día, y con muchísima diferencia, una de las instituciones con peor imágen del país (en buena parte, por la percepción social de que sus miembros son una especie de casta privilegiada sin clara utilidad pública). Sus socios (algunos de los cuales generan derechos de autor sólo por materiales publicados por esta organización–una especie de actividad cultural autopromovida y comatosa-) gozan de subvenciones, becas y otras prebendas que, teóricamente, salen de los materiales audiovisuales que todos compramos. La lógica está clara: si la gente, vía compra directa, deja de poner euros en el cestillo, se termina el chollo. Y eso, claro, hace pupita.
¿Significa esto que no tengan que existir organismos que gestionen los derechos de autor? En mi opinión, no. Sólo que los organismos actuales tienen que ser sometidos a una profundísima reforma que los haga transparentes y equitativos y que, por supuesto, no se conviertan en dadores de subvenciones a aquellos artistas que apoyen al Gobierno de turno (cualquiera que sea el Gobierno de turno).
Entonces, la piratería empezará a encontrar una solución.
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