De cada fenómeno, cuatro cosas. De cada muerto, cuatro rasgos simples y definitivos. No damos para más. Desconecten sus masas encefálicas, que llegan las vacaciones.
Así, Lady Diana Spencer será para siempre Santa Diana (aunque su santidad empiece ya a diluirse en el recuerdo y ya no queden de ella más que unas fotos sosas de Mario Testino y sus dos hijos: uno con las orejas cada día más grandes y aquejado de alopecia galopante; y el otro, enfermo de una desubicación existencial que le hace muy parecido al único hijo de la Pantoja y de Paquirri).
Y Michael Jackson…¿Qué será Michael Jackson cuando pase la polvareda levantada por su cortejo fúnebre? Me lo preguntaba hoy mientras leía el periódico.
Porque Diana, a pesar de que yo piense que era una trepa, una bruja manipuladora y una sujeta pasiva-agresiva de mucho cuidado, tenía cierta cualidad humana que Michael Jackson había perdido hacía mucho tiempo.
Los resultados de la primera autopsia revelan que la carcasa del antiguo niño prodigio, a los cincuenta y un años, presentaba las mismas características que la de otra difunta ilustre que ha aparecido a veces en este blog: la emperatriz de Austria, Elisabeth, más conocida en el siglo (en su siglo) como Sissi.
Como ella, Michael Jackson estaba severamente desnutrido, y su cuerpo presentaba mútiples señales de maltrato (autoinfligido, probablemente). Jackson no tenía tabique nasal y las horrorosas cicatrices de la cirugía plástica le habían dejado con el aspecto de un leproso de Calcuta. Estaba calvo y probablemente el tacto de su piel tenía esa cualidad fría y húmeda del material que se utiliza para fabricar los flotadores para niños.
Yo tengo la teoría de que Michael Jackson llevaba varios años muerto, vagando de aeropuerto en aeropuerto, como la emperatriz Elisabeth; doliente de sí mismo, sin encontrarle a su vida un objetivo definido.
En su caso, después de haber sido el niño mimado del mundo mundial, el anonimato que en los últimos años protegió la vida de la emperatriz austriaca era mucho más difícil en su caso. También a Sissi, aunque estaba loca perdida, las cosas como son, no le dio por hacer cosas raras con los niños pequeños (aunque yo estoy convencido de que Jackson nunca fue un pedófilo, sino solamente un tipo aquejado de un extraño amor por lo morboso; las fotos de su casa de Neverland dan más dentera que otra cosa). Y, por supuesto, la emperatriz austriaca vivió en la edad de piedra de los paparazzi. Pescarle “un robao” como se dice en la jerga, debía de ser un tanto difícil con aquellos armatostes con flash de magnesio.
En fin: el fallecimiento legal de Michael Jackson no ha sido más que un trámite para alguien que como Sissi, llevaba ya varios años en el mundo viviendo de prestado; alargando su estancia en una fiesta que hacía mucho tiempo que había dejado de tener gracia.
Probablemente, Michael Jackson era una especie de monstruo que se había trabajado su monstruosidad a conciencia. Debió de empezar como Maradona: el clásico caso de un niño de extracción humildísima que se ve catapultado a un olimpo para el que no está preparado. Las primeras experiencias con las drogas, una vida afectiva muy lejana de lo normal. Amor de garrafón, anemia de caricias. Y de ahí, todo seguido en dirección al tabique de platino.
Lo curioso de este caso es que, si uno escucha con desapasionamiento los elogios dedicados al muerto, nota uno que son tan plásticos como lo fue Michael Jackson en vida: él, y su música (salvo al principio, claro). Unos elogios fúnebres dichos sin convicción, como los que se dedican a un mueble que nos gustaba mucho pero con el que, al cabo de los años, no hacemos más que tropezar. En realidad, se tiene la sensación de que todos los apuntes biográficos, todas las palabras de cariño lo que hacen, en realidad, es enmarcar un agujero: un vacío horroroso y negro, una planicie lunar: una vida que se deslizaba por el tiempo sin ningún objetivo. Como un río que corriese sin un mar en el que morir.
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