Desperfectos subsanables : Los Abrazos Rotos (2/2)

Para escuchar a Miguel Poveda (y flipar) ir al minuto 1:57


11 de Agosto.- Más virtudes: la fuerza de las imágenes. Almodóvar tiene instinto para lo grande, para lo intenso, para lo visual. En esta película, la novedad es que hay algunos planos generales cuidadosamente compuestos que son pictóricos en el mejor sentido del término. Especialmente, las secuencias de la playa de Fámara con Lluís Homar y el niño.
La música, de Alberto Iglesias, colocada siempre con muchísimo gusto. De manera muy estilizada. Iglesias y Almodóvar forman un dúo cinematográfico eficaz y simple como el mecanismo de una tijera. Hay una secuencia, particularmente, en que este acoplamiento de voluntades resalta con particular brillantez: Lluís Homar va a ver a Tamar Novas a la Clínica Quirón (por cierto, de publirreportajes está este film lleno: de El País, a la Quirón, de Solán de Cabras al bar Chicote).

El ciego tarda como un minuto en bajarse del taxi. Es el mejor minuto musical de toda la película. Una acción que, en principio, es igual de interesante que un plano fijo de una alcachofa, se carga de una gran fuerza sugestiva gracias a la música de Iglesias. Por otra parte, y quizá porque la historia no lo pide, hay en esta película mucha menos música “no cinematográfica” que en en las otras de Almodóvar. Volver comenzaba con Las Espigadoras y Estrella Morente doblaba a Penélope Cruz. Aquí sólo hay una estupenda versión de una antigua copla de Rafael de León (A Ciegas) que está en los títulos de crédito finales.

Y, sobre todo, el humor. Hay una escena genial entre Tamar Novas y Lluís Homar en la que cuentan el argumento de la película Dona Sangre. Es un momento de sonrisa que se transforma en carcajada. O el papel de Lola Dueñas como lectora de labios.
En fin:
Dolores: el principal es la media hora final. Llevado por la lógica del relato y por el ritmo narrativo (estimable: no hay más que ver la cantidad de información que se cuenta en el tiempo en que se cuenta), Almodóvar se ve en la obligación de cerrar todas las tramas que ha abierto. Algunas las cierra bien y otras…En fin.
Ejemplos de secuencias que Almodóvar escribió con los pies, como esos pintores minusválidos que nos atorran cada año con sus tarjetas de navidad, son la de Chicote –en la que Blanca Portillo se marca un monólogo al que, a pesar de todo, consigue dar una cierta credibilidad- y la siguiente con Portillo y Tamar Novas. Son unas secuencias en las que los personajes que, hasta hacía cinco minutos eran criaturas de carne y hueso, a las que habíamos aprendido a querer, se transforman en figuras de cartulina con la misma entidad que los títeres de cachiporra.
Por otra parte, tras ver LAR uno se da cuén de por qué Pe(nélope) y Tom(Cruise) ya no están juntos y se sorprende (mucho) de que duraran tanto tiempo emparejados.En cuanto Cruz abre la boca para hablar en inglés piensa uno que debieron de hablar más bien poquito durante su vida en común. O bien que debieron de utilizar los servicios de un traductor –o de una lectora de labios-. Mi Penélope tiene un acento que, en Madrid, llamamos vallecano; pero que en Barcelona podría adjudicarse a los naturales de Vilanova i la Geltrú u Hospitalet de Llobregat. El de Blanca Portillo, por cierto, también provoca temblores medibles en la escala de Richter. Pero a ella se le perdona. Al fin y al cabo, no lleva años viviendo “a caballo” como dicen las comentaristas semianalfabetas del ramo ginecológico.
Este es un asunto, el de la dicción de Penélope que, a mi modo de ver, le añade encanto a la muchacha, pero que técnicamente, y ya poniéndonos pijoteros, le resta valor como actriz. Sobre todo comparando su acento suburbial (al español me refiero) con la pronunciación castellana fuera de este mundo que ha desarrollado Jose Luís Gómez a base de décadas de escenario (un actor que, por otra parte, es más frío que un iceberg desprendido de los casquetes polares); o la suave cadencia mediterránea de Lluís Homar. Si Cruz quiere ser verdaderamente elegante debería cuidar esas eses finales de las primeras personas del plural, que se le pierden en muchas frases del diálogo; o determinadas cadencias y tonos que traicionan lo que su belleza se encarga de ocultar.
Tanto de lo mismo para Tamar Novas –sin duda, uno de los encantos de esta película-; al que, aún haciendo de hijo de Blanca Portillo, se le escapa el acento gallego en algunos momentos.
En fin.
A la peli le queda mucho rodaje y quizá algún premio más. En Viena sigue en el cine. Yo, igual la veo otra vez.


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