Carmen Sevilla anunciando los productos Philps
15 de Octubre.- Austria, a estas horas,es golpeada por el General Invierno (o por el invierno general). Los periódicos locales se hacen tintas a propósito de lo teprano que ha llegado la nieve este año. El Heute, dice en su portada que “expertos líderes en cambio climático dicen que el calentamiento global está haciendo un descanso” (pa´descojonarse, con perdón). Uno combate los fríos, los jielos y las apreturas del metro con música. Generalmente rumbas pero también algunos placeres culpables: por ejemplo, Carmen Sevilla (en sus verdores) cantando Cariño Trianero.
Los arreglos son inconfundiblemente de Augusto Algueró, su marido entonces. Recuerda uno, en su tutubo mental, unas imágenes de Sevilla y Algueró, esa Dionne Warwick y ese Burt Bacharach nacionales, en Galas del Sábado. Ella, guapísima, lleva la melena suelta y un vestido sencillo (minifalda por delante, maxifalda por detrás), grandes pendientes; y él, traje, corbata y las enormes gafas de pasta que le hicieron famoso. Al terminarse las imágenes, aparecen Laura (entonces Laurita) Valenzuela y Joaquín Prats y cantan también con ellos. Fin de fiesta.
Años después, un pijo muy brasas que vivía en una urbanización de las afueras de Madrid, aprovechando las ganancias que le había procurado su actividad de incansable de agente inmobiliario, decidió gastarse un dineral en dirigir un corto que había escrito. Como un nuevo rico del estraperlo, nada de lo bueno era bastante para él. En vez de rodar en vídeo, como suele hacerse en estos casos, rodó en cine y en blanco y negro. Buscó un técnico de sonido con reputación y, en lo único que se arriesgó, fue al contratar al protagonista. Un actor que había hecho mucho teatro, que tenía experiencia, pero que era absolutamente desconocido: yo. Rodamos durante varios fines de semana en el estepario término municipal de un pueblo de la provincia de Toledo. No recuerdo haber pasado más frío en la vida. De hecho, cogí un catarrazo tremendo y, el director consiguió mantenerme en forma a base de pantagruélicos cocidos y mucho paracetamol. Durante los descansos, trabé cierta amistad con el técnico de sonido y descubrí (oh, sorpresa) que había sido el que había grabado la banda sonora de aquel anuncio de Philips que se hizo famoso en España entera (Familia Philips, Familia Filís: al que escribió la letra tenían que haberle fusilado al amanecer ante las tapias de la Real Academia).
El caballero, que siempre se refería a su ex jefe como “el maestro Algueró” me estuvo explicando algunas anécdotas sobre aquellos años gloriosos para el pop del desarrollismo. Por ejemplo que, Algueró (un gran compositor) aprovechó magistralmente las limitaciones de la voz de su esposa, la cual, a pesar de ser un bellezón tenía un registro vocal limitado (yo creo que Carmen Sevilla, en sus tiempos, competía en la misma liga que Sofia Loren o Ava Gardner).
También me explicó el nacimiento de la versión Algueró del Easy Listening americano. In illo tempore, llegaron a los estudios de grabación nacionales los primeros magnetófonos de doce pistas. Hasta entonces, se conseguía el estéreo grabando la música en una pista de sonido y la voz del cantante en otra. Luego, se mezclaban. Las doce pistas permitían la Alta Fidelidad (la famosa Hifi de la Escala) al poder grabar en cada pista un instrumento. Pero claro: raros eran los cantantes que, entonces, grababan con una orquesta de doce profesores. Mi técnico de sonido protagonizó este diálogo irrepetible con Algueró:
-Maestro, ya hemos grabado un instrumento en cada pista y todavía nos sobran tres ¿Qué hacemos?
Algueró lo pensó un momento y luego dijo:
-Panderetas, metan ustedes panderetas.
Son las que pueden escucharse por ejemplo, en el temazo de Raphael “Mi gran noche”.
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