La simpática cantante María Dolores Pradera (foto: www.google.es)
19 de Octubre.- Ayer, mientras estaba sentado en el Akakiko que hay enfrente del Austria Forum, me acordé de María Dolores Pradera. No es extraño, estando como estaba en un restaurante chino.
Maria Dolores Pradera me ha gustado desde niño. En secreto, casi. Porque en mi casa se reían de mí (no era normal que me gustara esa música, supongo). Pero a mí me encantaba aquella señora. Me parecía (y aún me parece) que tenía una gran unción cuando cantaba aquellas canciones cuyas letas tenían una extraña música, cautivadora, llena de perfume.
Luego, en los noventa, descubrí que Maria Dolores Pradera es una mujer que, a pesar de su aspecto de sacerdotisa griega, tiene muchísimo sentido del humor. Fernando Schwarz y Javier Pradera Jr. la entrevistaron en Lo Más Plus y yo me reí muchísimo escuchándola contar cosas que, como en el caso de las historias de Chavela Vargas, si fueran mentira merecerían ser verdad. Luego, lo que son las cosas, Maria Dolores y yo compartimos técnico de sonido (aunque La Gran Dama de la Canción no lo supo nunca) así que aproveché para preguntarle un par de cosas a propósito de ella. Me la describió como una abuela afable y algo corta de vista, lo cual no hizo sino aumentar mi simpatía por este mito viviente–tengo muchísimos discos suyos-. Yo también tenía que salir al escenario sin gafas y, si no fuera exagerar, diría que sabía dónde estaba mi luz más por el calor que porque distinguiera los detalles. Porque yo, queridos lectores, sin gafas estoy como un topo.
Desperdicié la única oportunidad que he tenido de escucharla en directo, una tarde en el patio del Conde Duque. Mi amor de entonces y yo teníamos cosas mejores que hacer (puede ser que reconciliarnos de alguna riña reciente). Vaya por Dios.
Fue este amor quien, indirectamente, hizo que, cada vez que entro en un restaurante chino, tararee Amarraditos (qué belleza). Andaba siempre mal de pasta, pero tenía un ojo infalible para encontrar las mejores relaciones calidad-precio.
Fue así como descubrí el mejor restaurante chino de Madrid.
Este restaurante, si aún existe, se encuentra en lo que fue un bar para taxistas en el aparcamiento subterráneo de la Plaza de España. El plato más caro creo que vale cuatro euros (o valía, entonces) y, como el local es tan canijo, siempre hay que esperar. Te sientan a la austriaca (o a la china). En cuanto hay un sitio libre. Con lo cual, compartes mesa con muchos desconocidos –chinos, que van por lo rica que está la comida- o españoles –que van por eso y porque los precios son invencibles-.
¿Y cómo se relacionó la señora Pradera con los restaurantes chinos? Pues fue así: hace dos años, mi primo N. y yo, que nos conocimos aquí en Viena, coincidimos –casualidades de esta láif- en Madrid durante una única jornada. Quedamos la Puerta del Sol, me parece recordar. Y, como me sucede con él y a él creo que también le pasa conmigo, fue vernos y empezar a partirnos el pecho de risa. En la FNAC de Callao la cosa ya fue por demás. Los dependientes debieron pensar que nos habíamos tomado alguna sustancia, porque (aún se me saltan las lágrimas al recordarlo) nos paramos los dos delante de un expositor con cds de Raphael y Maria Dolores Pradera (mis dos mitos de cabecera) y, al decir yo en alto que la señora esta era muy simpática, a mi primo, por misteriosas razones, le dio un ataque de risa que me contagió. Total, que llorando a carcajadas, nos tuvimos que apoyar el uno en el otro.
Nos dio hambre, y entonces fue cuando le llevé a aquel restaurante de la Plaza de España del que hablaba más arriba. Compartimos mesa con unas oficinistas que escucharon incrédulas la historia de nuestra amistad. Nos reímos juntos como si las hubieramos conocido desde el jardín de infancia, e incluso compartimos un espectacular plato de ternera con pimientos (fresquísimo todo, procedente del cercano mercado de Los Mostenses).
Mi primo y yo pagamos la irisoria cuenta y salimos al frío de la Gran Vía y continuamos pateando aquellas calles durante lo que fue, seguramente, uno de los días más intensamente felices de estos últimos años.
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