De película

9 de Julio.- A las horas en que escribo esto Viena, como en los tiempos de la Guerra Fría, se ha convertido en el puente entre dos mundos.

Según las agencias de noticias internacionales los espías rusos detenidos en Estados Unidos –y que, por las trazas, eran más inútiles que Mortadelo- han aterrizado en el aeropuerto vienés de Schwechat para emprender su viaje hacia la Unión Soviét…Digo, hacia la Federación Rusa.

A lo mejor se han cruzado en el aeropuerto con los colegas que espiaban para Estados Unidos en territorio ruso y que han sido devueltos a la casilla de salida por el Gobierno de Moscú.

A todo esto, el Servicio de Exteriores austriaco ni confirma ni desmiente –igualito que en los tiempos de la Guerra Fría- y aplica esa práctica higiénica que quedó consagrada por el gran Poncio Pilatos.

“No es nuestra historia, así que no declaramos”. Ni fú ni fá, vaya.

Ayer, la tradicional tertulia juevesina volvió a tener como escenario el Museums Quartier que, en palabras de uno de los circunstantes es “lo más cerca de Berlín que Viena estará nunca” o bien “la pasarela de moda más grande de Centroeuropa”.  Habría otros lugares igual de a propósito para reunirnos, las cosas como son. Y, en otras ocasiones, hemos abierto nuestra tienda de cortar patrones en el Amerling Beisl o en alguna cervecería más o menos céntrica, pero hay que reconocer que, en Viena, Verano se escribe con M de Museums Quartier y no hay lugar mejor para ver gente guapa y para que la gente guapa, como nosotros, valga la inmodestia, sea vista y valorada en su justa medida.

Ayer, además, y sin que nosotros lo supiéramos de antemano, empezó en la Plaza un ciclo de conferencias patrocinadas por el prestigioso periódico cultural Falter. En ellas, y durante dos meses (once a week) hablarán para el público varios de los escritores austriacos más famosos.

Nosotros, ayer, tuvimos butaca de primera fila. Por casualidad, unos españoles dejaron libre una mesa en la terraza que estaba más cerca del escenario, justo bajo los impresionantes arcos de la Kunsthalle, que allí se encuentra. Así que no perdimos tiempo y nos sentamos a mirar cómo el escritor ponía esa cara que se nos pone a todos los que, alguna vez en la vida, hemos juntado letras cuando hablamos de nuestra Obra.

Mientras el escritor miraba al cielo que empezaba a virar al azul purísima y contestaba las preguntas de una entrevistadora, nosotros mirábamos al público congregado con la intención gamberra que se nos pone a los mediterráneos cuando hay a mano gente para criticar.

Y como Viena, en el fondo, es un pueblo (a veces un pueblo sacado de una peli de Jose Luís Cuerda; de Amanece que no es poco, por ejemplo) sentado en la tarima desde la cual el escritor disertaba sobre lo humano y lo divino, había hasta un borrachete que jaleaba las palabras del juntaletras con una lata de cerveza Ottakringer en la mano. Una señora muy anciana, admiradora (o familia, quizá) del escritor, sesteaba con las piernecillas colgando de una silla demasiado alta. Una pareja estupenda (ella vestida de blanco, pistacho y rojo, con un turbante y él impoluto y a juego) valoraban los conceptos vertidos durante la interviú y, entre el público, los había que grababan en video, tomaban notas o ponían cara de estar siendo transidos por una revelación sobrenatural, del tipo de las que sobrecogían a Santa Teresa cuando los ángeles –así lo cuenta ella- atravesaban su corazón con una aguja de oro inflamada de Amor Divino.

¿Qué estaría diciendo aquel hombre? ¿Estaría hablando de las teorías aristotélicas o leyendo trozos de su última novela, un relato de alto voltaje erótico? ¿Se aplicaría a explicarle a su público –y a los potenciales compradores de sus libros- las ventajas del Pimentón de la Vera sobre otros condimentos a la hora de hacer el sofrito para las lentejas? ¿Lo sabe alguien? Nosotros, no.

Quizá es hora de que, visto como está el mercado del espionaje, nosotros empecemos también a espiar para Rusia (o para quien nos compre).

FOTO: Captura del vídeo que hice ayer en el Museums Quartier con mi nuevo juguete…

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