D. Juan Valderrama, el intérprete más famoso de El Emigrante
4 de Agosto.- Querida Ainara: cuando tus padres se fueron a vivir juntos, compraron un coche pequeño para que tu madre no tuviera que depender de tu padre para moverse. Era, me parece recordar, un Ford Fiesta verde manzana que, en aquel entonces, llevaba ya quince años arrastrando su carrocería por esas carreteras de Dios.
Tu padre, que es un cachondo mental, fue a un desguace y compró una galleta de BMW y se la pegó en el capó. También se las arregló para acoplarle un mp3 a la radio del pobre trasto
El día del cincuenta cumpleaños de tu abuela, o sea, en Junio de 2005, tu padre me fue a buscar en el cochecillo aquel para llevarme a donde se iba a celebrar la fiesta sorpresa que habíamos preparado.
Hacía pocos días que yo acababa de decidir las circunstancias concretas en que me iba a mudar a Austria, y los dos sabíamos que, a pesar de que entre los dos existe un vínculo practicamente indestructible que hace que sepamos lo que el otro está pensando sin hablar, las cosas ya no iban a ser como hasta entonces.
Mientras el carraspeante motor del Ford Fiesta abordaba una tras otra las curvas de una carreterilla que discurría entre trigales abrasados por el sol, tu padre pinchó en el mp3 El Emigrante, de Juanito Valderrama.
Los dos nos reímos, como siempre, con el primer verso, que nos parece que da cumplida cuenta de lo sacrificada que era la novia del emigrante, capaz de donar sus piños en nombre de su amor (“Tengo que hacer un rosario / con tus dientes de marfil/ para que pueda besarlo/ cuando esté lejos de aquí”) y luego, conforme la canción fue entrando en momentos más emotivos –creo que es una de las canciones más bonitas que se han escrito en el siglo XX- se instaló entre nosotros un silencio cargado de presagios.
Cuando sonó la última nota, el silencio se prolongó un poco aún y, después, tu padre me dijo:
–¿Te imaginas lo que va a cambiar tu vida? A partir de ahora, cuando escuches esta canción, no vas a poder dejar de pensar en este momento.
Quizá en homenaje a esos tres minutos largos que tu padre me regaló, durante mucho tiempo, en el frontispicio de este blog estuvieron otros versos de El Emigrante (yo no tenía novia a la que dejar desdentada, claro).
Se trata de estos:
“Yo soy un pobre emigrante / y traigo a esta tierra extraña / en mi pecho un estandarte/ con la alegría de España”.
Así me he sentido yo durante mucho tiempo, y me siento aún. Creo que, como emigrante, soy responsable de traer a este país lo mejor del mío y crear puentes. Cada emigrante, en mi opinión, tiene la responsabilidad de ser el mejor embajador posible del sitio en el que ha nacido. No sólo de comprender al país que le acoge, sino que es su deber hacer que el país que le acoge comprenda (aunque sea pálidamente) lo que el emigrante deja atrás.
Este fin de semana, tu padre, tu madre y yo nos hemos encontrado en Munich. Una posibilidad que parecía sumamente lejana en 2005.
Durante nuestros paseos por la ciudad y, más tarde, el domingo, por Salzburgo, nos decíamos mucho, admirados, que quién hubiera podido pensar alguna vez que nos citaríamos por Europa para vernos. Y yo, silenciosamente, me acordaba de aquel momento en el Ford Fiesta verde.
Besos de tu tío
Responder a amelche Cancelar la respuesta