Su excelencia, el embajador de Turquía en Austria, Sr. Kadri Ecved Tezcan (foto: www.kurier.at)
11 de Noviembre.- Al señor Kadri Ecved Tezcan le chupa un pie tener que decir cosas molestas. Lo cual, dada su profesión, puede que le haya costado más de un disgusto. El señor Ecved es el embajador de Turquía en esta república y, días atrás, concedió al periódico vienés Die Presse una entrevista en la que empezó preguntándole al redactor que le iba a “interviuear” si quería susto o muerte. O sea, que si quería que le contestase como diplomático, de lo cual resultaría una entrevista para aburrir a las ovejas, o como persona humana. El periodista eligió susto (o sea, contésteme como persona humana) y, por lo que parece, el señor Ecved Tezcan, sin saberlo, eligió muerte.
El cuerpo diplomático destacado en Viena no andaba tan soliviantado desde que hace meses se descubrió que el señor embajador del Reino de España, dueño, por cierto, del Mallorca FC, había estado presuntamente acosando a una empleada de su hogar y que, la misma, le había plantificado una demanda de esas que no se olvidan.
En Die Presse, su excelencia el señor embajador del Gobierno de Ankara, despojado por un momento de la exquisita imparcialidad que se le supone a los que ostentan un cargo público y muy en su papel de persona humana, se despachó a placer y no dudó en manifesar “urbi cesorbi” como decía aquel lo que le parecen Austria y los Austriacos (que, en general, y por lo que parece, le merecen una opinión pésima).
No dudó en hacer declaraciones sobre temas que, en este país, son muy candentes. Por ejemplo: sobre la eventual prohibición de que las mujeres se cubran a la musulmana, el señor embajador dijo que una ley semejante violaría las libertades más elementales y que, si no está prohibido bañarse como nuestra madre nos puso en este mundo, el extremo contrario tampoco debería estar regulado.
Asimismo, y ya metidos en el Modo Calentón, el señor Ecved le indicó al feliz reportero de Die Presse que le parecía que los austriacos eran unas personas provincianas que, salvo cuando están de vacaciones, no se interesan nada por la cultura de otras naciones. Que le parecía que el Gobierno austriaco fomentaba la aparición de ghetos dándole a los turcos viviendas sociales dentro de los barrios de siempre (se olvidaba el embajador de que en el distrito uno, hogar de la elite vienesa no cabe ya un alfiler) y que su objetivo era que el turco se equiparase a otros idiomas de cultura como el francés y el inglés así como que, algún día, la muchachada pudiera hacer la selectividad en este idioma que a él le parece sonoro, bello y merecedor de codearse en las aulas con el inglés, el francés y el español.
Por último, el Sr. Ecved dijo que, si él llega alguna vez a ocupar uno de esos puestos que te suben el ácido úrico a base de estar todo el santo día poniéndote de cigalas entre reunión y reunión – o sea, secretario general de la ONU o de la OPEP- tomaría la decisión de que estos organismos tan venerables como abiertamente ineficaces se mudasen de Viena. Y añadió “Si los austriacos no quieren tener extranjeros en su territorio, pues entonces que no tengan a nadie. Hay otros países en los que los extranjeros son bienvenidos ¿Qué problema tiene Austria?”.
En resumen, el señor embajador demostró que es verdad esa regla infalible de que, muchas veces, los que sufren el racismo y la cerrazón son ellos también muy racistas y muy cerrados. Y que también los diplomáticos, con solo abrir la boca, pueden hacer que suba el precio del pan.
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