Redl (Primera Parte)

Foto: www.wikipedia.org
7 de Mayo.- De todos es sabido que Viena es, sobre todo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, una ciudad plagada de espías. Hasta principios de los años noventa del siglo pasado, la circunstancia de ser un enclave capitalista a apenas unas decenas de kilómetros del telón de acero, le daba un estátus privilegiado de atalaya sobre lo que se cocía en los dominios de lo que, entonces, se conocía como “la órbita soviética”

Corre la leyenda de que, después, muchos de los agentes que se jubilaban elegían la tranquila capital danubiana para pasar sus tiempos de pensionista y así, resulta imposible saber si ese viejecito de aire inocente que está echándole de comer a las palomas no trabajó un día para el KGB, el Mosad, o la CIA o si, durante su vida laboral no le hizo alguna chapucilla al M16.
Sin embargo, la apasionante y convulsa Viena de la Belle Epoque también fue el escenario de apasionantes historias de intercambios de secretos entre potencias rivales, como la que vamos a contar hoy.
Su protagonista se llamó Alfred Redl y nació en 1864 en Lamberg, Galizia (actualmente, Lviv en Polonia).  Allí, su padre era miembro de la minoría de funcionarios germanohablantes de la Galizische Karl-Ludwig Bahn, una compañía de ferrocarriles. Redl tuvo seis hermanos, de los que el patriarca de la familia se sentía muy orgulloso. Y no era para menos: tanto las mujeres como los varones de la familia Redl salieron estudiosos y terminaron todos con una carrera.
El joven Alfred ingresó a los 15 años en la Academia de Cadetes de Brno. Allí, según sus biógrafos, Redl tuvo sus primeras experiencias homosexuales; las cuales, seguramente, resultaron muy traumáticas para él. Hay que tener en cuenta que, en aquella época, ser homosexual significaba el ostracismo social y, en algunos casos, incluso cargos criminales.
A pesar de todo, Alfred se graduó en 1883 con unas notas muy superiores a la media. En 1894, a pesar de provenir de una familia sin recursos y sin títulos que le avalasen, Redl entró en el Estado Mayor del Ejército. Debió de ser en este período cuando Redl contrajo la sífilis. Una enfermedad que, en aquella época, sin antibióticos, era crónica y, generalmente, mortal.
Redl ascendió rápidamente en el Estado Mayor y, al cabo de poco tiempo, se había convertido en una pieza central en la inteligencia del ejército de la monarquía del águila bicéfala. Por sus manos, pasaban todo tipo de informaciones sensibles. Durante su etapa vienesa, Redl trabajó primero en la Oficina de Clientes, que se encargaba de controlar los movimientos de los servicios de inteligencia de las potencias rivales en la capital del Danubio y, más tarde, pasó a la llamada Oficina de Evidencias.
Fue en la primera de estas dependencias en donde Redl llamó la atención del servicio secreto zarista.
La Ojrana, que así se llamaba la policía secreta militar al servicio de Moscú tenía su sede en Varsovia, entonces rusa. Desde allí, en 1901, su jefe, el coronel Nikolai Stepanovich Batjuschin, envío a Viena, camuflado como turista a un agente encubierto llamado Pratt, con la misión de captar a un oficial austrohúngaro de alta graduación para convertirle en espía al servicio de los zares. Pratt se movió por la alta sociedad vienesa en busca de candidatos que pudieran cumplir el perfil deseado, y descubrió que Afred Redl mantenía una relación homosexual con un teniente segundo llamado Meterling, del Tercer Regimiento de Dragones.

Pratt le mandó a Redl una escueta nota en la que sólo le decía:
“Debo reunirme con usted para hablar de cierto teniente de dragones. Si usted no se presenta, o me tiende una trampa, mañana, el jefe del Estado Mayor recibirá un informe completo acerca de sus relaciones con el teniente segundo Meterling”. 

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