Shangri-la

Efemérides
Archivo VD

29 de Junio.- Querida Ainara: siendo yo un poco mayor de lo que eres ahora, asistí muchas veces al siguiente pleito doméstico.

Estaba viendo yo alguna de esas películas con las que los adultos insistían en torturar a la sufrida infancia de mi época (perros moribundos o muertos, niños/as huérfanos/as abandonados/as en manos de sádicas institutrices, etcétera) cuando de pronto, compadecido por lo que veía, me echaba a llorar.

Mi padre, tu abuelo, se echaba entonces las manos a la cabeza y decía que había que ver qué niño; y entonces tu bisabuela, madre de tu abuela, decía siempre aquello de que “es que mi Francis es muy sensible” y aquella afirmación, o el tono en que era dicha (como si tu tío padeciese alguna minusvalía incurable), era como si a tu abuelo, o sea mi padre, le pisaran un juanete; porque ponía el grito en el techo (al cielo no le llegaba nunca) y decía que qué sensible ni qué sensible ni qué niño muerto. Que si con una película me ponía así, que qué iba a pasar cuando fuera a la mili (la cual, por cierto, andando los años, no hice)

Tu bisabuela suspiraba entonces y se callaba, yo me contenía como podía, pero para mí quedaba claro que lo de ser sensible tenía que ser una cosa mala del copón para que ella sintiese la necesidad de salir a defenderme.

Ser sensible no es malo, Ainara, pero la verdad es que no hace la vida fácil  precisamente. Tu abuelo tenía toda la razón.

Más que nada porque, si se pasa fatal con cualquier gilipollez (pongamos la última película de catástrofes) imagínate lo que se sufre cuando se comprueba que la vida, como uno sospechaba, va en serio.

Con los años, he descubierto que lo que pasaba es que tu abuelo hablaba por propia experiencia; también es como yo, o sea sensible. Que todo le preocupa mucho, que todo le afecta, aunque se calla más que tu tío, el que te escribe esta cartas. Supongo que por no preocupar.

Cuando me vine a vivir a Viena, sin embargo, pensé haber encontrado el remedio para mis males. En primer lugar, la inmigración le quitó todo el peso a los acontecimientos de mi vida y de la de los otros. Es una sensación extraña de ingravidez, típica del emigrante, a la que sólo le encuentro una explicación: ocupado como estaba en la tarea de sobrevivir a un idioma hostil, todas las demás preocupaciones pasaron a un segundo plano. Es más: era como si sucedieran en una película.

En el caso mío, el que la tierra a la que llegué fuera Austria ayudó también a esto. Igual que, a nosotros los españoles, el tiempo nos ha dado una maestría incuestionable en la producción de jamón de pata negra y una técnica depuradísima en la ingestión de pipas (un hábito incomprensible para todos los aborígenes de esta tierra); los austriacos han conseguido, a través de siglos de empecinada práctica, crear la ilusión de que la vida es una cuna que Dios mece suavemente, un mundo en el que la repetición de las efemérides anuales es el antídoto perfecto para cualquier tragedia; nada cambia sino muy gradualmente, la vida se desliza suavemente y la catástrofe tiene prohibida la entrada a este Shangri-la que tiene a Strauss como hilo musical.

Es una ilusión, Ainara. Porque la vida cambia, violentamente la mayoría de las veces; y nuestra existencia terrenal se parece a todo menos a una película de Disney. Es sano, por otra parte, que sea así.

El ser humano tiende a enamorarse de sus momentos de felicidad. Se aferra a ellos, no quiere que pasen nunca, como cuesta salir en invierno de la tibieza de la cama para enfrentarse al frío mundo exterior. Pero ahí fuera, en el mundo exterior, están la aventura, el vértigo, las oportunidades de crecimiento.

Ser sensible está bien, pero hay que saber sobreponerse y liarse la manta a la cabeza (aunque sólo sea de vez en cuando).

Besos de tu tío.

Comentarios

Una respuesta a «Shangri-la»

  1. Avatar de Gaby
    Gaby

    Linda carta, que lindo que compartas estos pensamientos con tu sobrina y con todos nosotros, gracias! 😀

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