Mykonos (Jroña, Jroña)

Una calle de Mykonos
Una calle de Mykonos, Grecia (Archivo VD)

 

(Publicado originalmente el 11 de Septiembre de 2009)

Pues aqui estoy: como me temía, no hay conexión a internet en mi hotel y, en el internet café donde estoy, el ordenador se niega categóricamente a poner acentos: los huesos de Cervantes, alla donde esten, se estremeceran en su tumba, pero que le vamos a hacer. Nadie mejor que el sabe lo que es escribir desde una tierra extranjera.

Me encuentro en una de las islas Ziclades, Mykonos, y la verdad es que, como mis lectores verán a mi vuelta a Viena, es muy bonito. Casitas blancas, postigos azules, y la invasión cotidiana de los transatlánticos que atracan en el puerto. Antes de ayer, fue un contingente de franceses, el dia anterior, una tropa de italianos con chavalines chicos (ohmaigod, tampoco tengo eñe de españa). En fin: la población aborigen -o sea, la poca que se ve- es guapísima hasta que cumplen los veinticinco. A los veinticinco y un día, debido al abuso del pan blanco y del –riquísimo– aceite de oliva, ellos cogen cuerpo de jugador de fútbol de segunda B -barriga de esa que llaman de la felicidad y tren inferior contundente- y ellas, como si les cayese encima una maldicion, tienen que ponerse pareo porque, de pronto, se les ponen unas caderas de madre que para que las prisas.

Aunque también digo que mis lectores no deberían tomar en serio estas observaciones mías llevadas por la mas absoluta de las perfidias y por el trauma que sufrí ayer. Como salio un dia soleado, me acerque a una de las playas famosas (una de las dos en las que no hay marcha rollo Chill Out ibicenco, que es algo que me ataca los nervios). En fin: que aterricé en una playa y durante un rato sufri un shock pensando que habia caído en una convencion internacional de strippers. Como mis lectores saben, Mykonos pasa por ser uno de los paraisos gays del Mediterraneo, y ya se sabe el cuidado de ese público objetivo por su propia carne mortal. Pero viendo aquella muchedumbre de cuerpos perfectos, semejante a un olimpo terrestre curtido a golpe de mancuerna, uno se sintio una piltrafilla sin estudios y buscó un lugar discreto en donde tender la toalla para ocultar el oprobio que le producían los estragos de la edad en su cuerpo.

Por la noche, y aprovechando que en Mykonos nunca se pone el sol, decidí establecer contacto con la poblacion aborígen y entré en una peluquería de caballeros de las de toda la vida. Paredes pintadas de verde, fotos de los New Kids on The Block en sus epocas mozas (no porque el peluquero fuera del equipo de los strippers playeros, sino porque el hombre era lo mas moderno que podía registrar). Comprobé con tranquilidad que el peluquero tenía la gama de cortes que el peluquero de mi infancia (corto, largo, o rapado). Cuando me sente en el sillon me pregunto de donde era en su inglés macarrónico (aquí, hablar inglés es una cuestión con la que te juegas el pan de tus hijos).

-Soy español.

-Ah, vuestra reina es griega -los reyes, otra vez los reyes, quien dijo que no eran útiles?

-Sí, sí. Toda la familia vive alli. Su hermano Konstantin…

El peluquero rió de manera socarrona.

-Konstantinos, si hombre. El Kostas…

Unos americanos se posicionaron a la puerta del local:

How much is it?

Eit iuro.

Too expensive -dijo la mujer, y tirando del marido lo arrastro callejuela arriba. Rio el peluquero:

De fat guoman teiks jis man autsaid.

Y yo:

-These americans…

Cuando le pregunte por la política local -me extenderé mas sobre este punto, pero la tele local es espantosa- mi peluquero adoptó un aire circunspecto para asegurar que no sabia nada, que a el que le registraran y que, en todo caso, todos los politicos son todos unos ladrones.

-En todas partes es igual -dije yo. Y ahí el peluquero abordo el tema “el Euro ha sido desastroso, todo es carísimo ahora”

-Con los dracmas vivíamos mejor.

-Y usted que lo diga.

Luego, me puso polvo de talcos en la nuca y por la cara y quedamos tan amigos. Un corte de pelo de lo mas interesante.


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