La curiosa historia de la leche de Sissi

Escalinatas
Los Habsburgo eran la leche, en más de un sentido (Archivo VD)

 

3 de Diciembre.- Schönbrunn 1889. La emperatriz Elisabeth, obsesa del ejercicio y de la vida sana (y por lo tanto, de la alimentación sana) decide importar desde Hungría, parcela favorita de sus dominios centroeuropeos, el equipamiento necesario para montar en el palacio de Schönbrunn, detrás de la Gloriette, su propia vaquería.

Una suerte de explotación agraria Bío, que garantice a la cúspide de la familia imperial leche, huevos, mantequilla y nata de procedencia controlada (los huevos llevaban incluso un pequeño sello que garantizaba su origen en la pequeña granja imperial). Como ocurre con todos los caprichos de Sissi, su voluntad se cumple a la velocidad del rayo. Aún hoy, en algunos de los muebles pintados de rojo y decorados con imágenes de escenas bucólicas, puede leerse la etiqueta bilíngüe “Gyosárú-Eilgut” (Urgente).

Y no sólo se importan muebles. El ecónomo de palacio recibe el encargo de traer desde Carintia a un mozo y una doncella para el servicio de la excéntrica soberana. Los dos deberán cuidar de las veintitrés vacas, elegidas entre las de pedigrí más refinado del imperio austro-húngaro, que darán una leche que, de todas maneras, no servirá para proteger los dientes de la emperatriz, destrozados y ennegrecidos por el abuso de la cocaína que la monarca tomaba, bajo prescripción médica, para compensar los estragos de las dietas estrictas y las extenuantes jornadas de equitación y de gimnasia.

Las vacas proceden de las cuatro esquinas de los dominios habsbúrgicos –me encanta este adjetivo que he aprendido del Duque de Alterlaa-: son de las variedades Inntaler, Pinzgauer, Mäilander e, incluso, la pequeña isla de Corfú manda a la corte un pacífico hervíboro para que la emperatriz Isabel no eche de menos el sabor de la leche mediterránea.

Bajo los auspicios de la emperatriz se aloja al ganado vacuno en establos equipados con la última tecnología de la época, ventilados cuidadosamente y controlados por el pertinente servicio de veterinarios, que se encargan de que las vacas estén siempre a la temperatura óptima: doce grados Réaumur.

Cuando Sissi está en Viena (lo cual, en aquellos años, era cada vez más raro) sólo están autorizados para servirse de la lechería ella misma y sus personas de confianza: a saber: Ida von Ferenczy, la Sra. Schratt, el lechero imperial y el repostero que esté de servicio en ese momento. Asimismo, se amueblan dos habitaciones para que la emperatriz pueda tomarse un vaso de leche pensando que está en la profundidad de Hungría. En ellas hay una cristalería y un servicio de porcelana –que aún se conserva- grabado con la inscripción I.M.Kammermeirei y la corona imperial. Durante los años que le quedan de vida a la emperatriz, usará la lechería imperial con frecuencia. Despues del asesinato de Elisabeth, la lechería siguió funcionando para la familia imperial y, a la muerte de Franz Joseph, la emperatriz Zita continuó protegiendo a las vacas lecheras que abastecían Schönbrunn.

A partir de la caida de la monarquía, la lechería de Sissi tuvo un destino algo azaroso y los estragos de los últimos días de la segunda guerra mundial estuvieron a punto de dar con los bonitos muebles decimonónicos en la leñera. Sin embargo, el azar quiso que se conservaran y hoy, convenientemente restaurados, pueden ser contemplados por los visitantes del Hofmobiliendepot, un curiosísimo museo en el que se guardan todos los trastos que, en algún momento, pertenecieron a la familia imperial.

Por cierto, en Schönbrunn sigue habiendo vacas, pero hoy en día las cuida el ejército austriaco cuyos soldados, asimismo, se beben muy a gusto la leche que dan.

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