10 de Diciembre.- uno de los fenómenos más curiosos que le suceden a un inmigrante es que, sin que él se dé cuenta, la realidad del país le va calando poco a poco, como la gota pertinaz que, a base de paciencia, acaba por abrir un agujero en la roca más compacta.
Los cambios que se producen son tan imperceptibles que sólo te das cuenta cuando alguien te los hace notar.
Antes de ayer, aprovechando el festivo, estuve comiendo con un amigo español. En la sobremesa, empecé a hablar a propósito de una persona de la que, sorprendido, dije lo siguiente:
-¿Qué te parece? ¡Citranito es una de esas personas que llama amigo a todo aquel con el que ha intercambiado dos frases!
Mi amigo, que es hombre prudente, se echó a reir y yo me quedé con cara de (?) primero y luego de (!). Él se explicó.
-¡Paco, pero qué austriaco te estás volviendo!
Y debe de ser verdad por lo que ahora diré.
Una de las cosas que más nos sorprende a los españoles es que los austriacos, así de primeras, son bastante cerrados. Nosotros, los españoles (y no digamos la gente que procede de Latinoamérica) solemos decir que es que son “muy fríos”, pero no es verdad. Lo que sucede es que los austriacos son unas personas que, generalizaciones aparte, se lo piensan bastante antes de entregar su confianza.
El mecanismo es el mismo que el tópico atribuye a los catalanes y a los andaluces. Aquello de “los catalanes son un poco cerrados al principio pero, cuando te ganas su confianza, son amigos tuyos a muerte”.
En Austria pasa un poco igual. Mientras que en España los límites de la amistad son bastante imprecisos (¿Puede tu jefe, por ejemplo, ser amigo tuyo? ¿Es amiga tuya esa persona con la que sales de cañas una vez cada tres meses?) la mentalidad germánica, ya desde el léxico, gusta de colocar a las personas en diferentes cajitas para que todo el mundo sepa a qué atenerse y nadie se llame a engaño.
Así, para un austriaco está la masa grande o pequeña de los Bekannte (que son conocidos y ellos, a sí mismos, se ven como tales) que van desde los Gute Bekannte (o sea, los conocidos que se tratan frecuentemente) hasta los Fluch Bekannte (o conocidos fugaces, que son esas personas a las que, en una fiesta, se les cuenta que uno es de Madrid, y ellos te preguntan si hace mucho calor y la conversación se desliza por el agradable camino de los tópicos). Y luego están los amigos (Freunde) que ya son personas las que revelarles las entretelas de tu alma. Y por último, incluso están los Busenfreunde que son esa gente por la que uno se dejaría cortar en trozos y que son equiparables a la familia de uno (aún mejores, porque mucha gente tiene en su familia gente a la que le daría asco tirarle una piedra).
Esta convención a la que aludo es un sobreentendido que todo el mundo asume en la sociedad y que se respeta hasta el punto siguiente:
Cuando uno se casa, se invita a todo el mundo a la iglesia (una matriz de invitados compuesta de “bekanntes”, “freundes” y miembros de tu familia). Cuando el cura termina de decir aquello de que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre, se da una copa y un canapé a todos los asistentes a la ceremonia. Durante este piscolabis, que se llama Agape (sin acento en la a) los bekannte felicitan a la pareja protagonista del evento y, si se tercia, le dan algún regalito. Posteriormente, el núcleo duro de las amistades del reciente matrimonio y sus familias respectivas (tampoco todas, sino la familia próxima) se retiran a un restaurante en donde ya se come a dos carrillos y se baila hasta altas horas de la madrugada. Por supuesto, ninguno de los bekannte se ofende, porque todo el mundo asume que, al contrario de lo que piensan algunos usuarios de Facebook, no se pueden tener doscientos amigos y que, si te apetece celebrar tu boda, a Enriqueta, esa vecina que se mudó de tu bloque de pisos en 1987, no tienes por qué darle de comer percebes.
¿Se imaginan mis lectores esta civilizada situación en España?
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