La reina doña Sofía y yo somos grandes profesionales

Confidencias
Ninguna revelación es inocente (A.V.D.)

 

18 de Enero.- Querida Ainara: parece ser cosa de familia y debería estar acostumbrado, pero no es así. Como tú sabes, tu bisabuelo tenía una relación especial con el más allá. Los espíritus venían a verle regularmente y le enseñaban imágenes que él transmitía al interesado con la calma pontificia y el escepticismo de quien es perfectamente consciente de que el ser humano no aprende nunca, y de que se puede evitar un tropezón, pero está claro que, en algún momento, todos terminamos por caer.

Quizá fuera por esta correspondencia regular que mantenía con el otro mundo, tu bisabuelo era depositario de las confidencias más íntimas.

La gente le contaba cosas que jamás le hubiera contado a nadie. Él recogía esa información sin grandes alharacas, silencioso y discreto como él era, y sólo la revelaba –cuando lo hacía- después de algún tiempo, cuando ya no podía hacer daño y se había convertido en una anécdota más chusca que otra cosa.

Quizá sea, ya digo, por cierto parecido familiar, o quizá sea por el aire clerical que (soy consciente) tengo para mucha gente, de un tiempo a esta parte no paro de recibir confidencias.

Confidencias que, sobra decirlo, yo no pido que me hagan.

Con aire ansioso, con el habla rápida, susurrante, mis interlocutores me explican secretos de cama, vergüenzas propias y ajenas y yo, la verdad, procuro poner lo que he terminado por llamar “cara de profesional” (que es esa cara que la reina Doña Sofía pone en cualquier situación pública, y que es una mezcla de calma con sonrisa a media asta y atención receptiva; o sea, como si se estuviera hundiendo el barco pero no quisiera que cundiese el pánico).

Como soy hombre decente –o lo intento-, procuro no hacer uso de las confidencias que me hacen (o, si llega el caso, procuro utilizarlas siempre para hacer bien: limar una aspereza entre dos personas, por ejemplo). Pocas veces se me presenta la ocasión así que, por lo general, cuando alguien me cuenta un secreto 1) Utilizo la información para completar la idea que me he hecho de la persona que me lo está contando y 2) pongo en marcha una memoria selectiva que he desarrollado con los años y que me ayuda a olvidarme de toda aquella información que es mejor que no revele.

No sé si me explico.

El motivo de esta carta, Ainara, más que el de otras, es avisarte de que las confidencias, como la basura radioactiva, son muy peligrosas. Ningún secreto es inofensivo.

Como la basura radioactiva, las confidencias es mejor, directamente, no producirlas; pero dado que las criaturas no somos como frigoríficos Kelvinator y en alguien nos tenemos que aliviar, hay que tener cuidado de en donde depositamos nuestras intimidades.

También tienes que tener cuidado de con quién te cuenta según qué cosas porque, Ainara, ninguna revelación (salvo, quizá, las que se hacen en el marco de una amistad fraternal) es inocente. Quien fuerza la puerta de tu confianza contándote algo íntimo, quizá quiera que le cuentes algo íntimo tú también.

Ten presente siempre, Ainara, que esa posibilidad NUNCA es una obligación y que tú puedes contar algo de ti o, como tu tío, como la reina Doña Sofía, poner cara de profesional directamente, sin pasar por la casilla de salida.

Por otra parte, Ainara, hay muy poca gente que aguante bien el tipo de la desnudez moral. Esto lo aprendí en mi primera juventud cuando, muchísimo más enamoradizo que ahora, solía prendarme de gente que parecía tenerlo todo muy claro.

El enamoramiento me duraba hasta que llegaba la hora de las confidencias y, de pronto, desagradablemente sorprendido, comprobaba que la seguridad no era más que una fachada y que, quien me hablaba, no era más que un pobre ser humano, inseguro, tan asustado como yo.

Besos de tu tío


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