!Fuegooooooooo! La tragedia del Ringteather

Tragafuegos
A.V.D.

 

11 de Febrero.- Los únicos testigos que quedan de la historia que voy a contar hoy son cuatro fantasmas de piedra. El llamado Cuarteto de Cantores, un grupo de esculturas que, después de pasar un siglo en un almacén municipal, fueron colocadas en un parque público, el Pötzleindorfer Park y, ahí, desafían a los elementos fijas para siempre en sus poses teatrales.
El Cuarteto de Cantores estuvo presente, como parte integrante del lugar en que sucedió, en una de las mayores tragedias que han sucedido en la ciudad de Viena. Ocurrió el 8 de Diciembre de 1881 cuando, poco antes de una representación de Los Cuentos de Hoffmann, se declaró un incendio en el Ringteather que terminó costándole la vida a más de cuatrocientas personas.
La obra en cuestión se había estrenado en París en Febrero de aquel mismo año. Durante la temporada parisina, Jauner, el empresario del Ringteather, había adquirido los derechos para Viena. El 8 de diciembre mismo se había celebrado una matiné a beneficio de las viudas y los huérfanos de la policía. Como dice un cronista de esta ciudad ¡Quién iba a pensar que, por la tarde, iba a haber muchísimos más huérfanos y muchísimas más viudas en la ciudad que al principio del día! (vienés tenía que ser el cronista, para que le asaltase un pensamiento semejante).
A aquellas alturas del siglo XIX, París era la capital cultural de Europa y los vieneses se morían por todo lo que viniese de las orillas del Sena. Para la representación del día 8 de Diciembre, el jubiloso empresario Jauner había colgado el cartel de No Hay Billetes. Uno de los últimos preparativos para la representación, con la sala llena, era el encendido del alumbrado de gas en las cajas del escenario. Se trataba de cinco baterías de proyectores. En cada una ardían 48 luces, que se encendían con un dispositivo que consistía en una chispa eléctrica que inflamaba el gas. Se trataba de un invento austriaco, de un hombre llamado Barrot, técnico del Burgteather. El gas contenido en la máquina explotó al segundo intento de encendido. El escenario fue tomado inmediatamente por las llamas, que se extendieron rápidamente por la sala. Al agravamiento de la catástrofe ayudaron una serie de trágicas circunstancias (en España, cosas de la costumbre, las llamamos chapuzas). Al contrario de muchos teatros decimonónicos, el Ringteather no estaba equipado con un telón de hierro, cosa que hubiera circunscrito el fuego al área del escenario.Asimismo, se dio la circunstancia de que, cuando se produjo la explosión, había una puerta abierta, con lo cual se produjo una corriente de aire que avivó (aún más) las llamas. Por otra parte, las salidas del teatro tenían puertas que se abrían hacia dentro, con lo cual,con el pánico, el edificio en llamas se convirtió en una ratonera. En la confusión, la policía y los bomberos pensaron que ya no había nadie dentro del edificio porque no salía nadie, cuando, en realidad, había muchas personas ahogándose o abrasándose vivas. Entre ellas, el escritor Artur Schnitzler, que sobrevivió a la catástrofe y dejó un vívido y sobrecogedor relato del incendio.
Otras 448 personas no pudieron hacerlo. Entre ellos, Ladislaus Vetsera, el hermano de Mary Vetsera, la amante del príncipe Rodolfo de Habsburgo. Los cadáveres fueron llevados al patio del antiguo Hospital General y allí, mediante una entrada, se podía visitar la morgue y buscar a los familiares, circunstancia que algunos morbosos también aprovecharon para ver de cerca el horroroso espectáculo de los cuerpos calcinados –no olviden mis lectores que nos encontramos en plena era victoriana y que, por aquellos entonces, andaba también por Londres Jack vaciando prostitutas-. Una anécdota más a este respecto: la cabeza de una de las víctimas se encuentra expuesta, hoy en día, en el Museo Criminal de Leopoldstadt.
El estado en que quedaron los pobres muertos también dio quehacer a los abogados. La ley dictaba entonces que sólo se podían extender certificados de defunción a aquellas víctimas que hubieran sido identificadas de manera inequívoca por sus familiares –previo pago de la entrada, ya saben mis lectores- esta afortunada circunstancia –o así- sólo se produjo en 250 casos de los casi 450, con lo cual los parientes de los otros muertos tuvieron enormes problemas para acceder a sus herencias. Los objetos de valor hallados a las víctimas y que no encontraron propietario fueron subastados en el Dorotheum en 1913 (32 años después de la catástrofe), 126 niños fueron entregados a organismos de adopción y a las chicas se las dotó con 6000 Gulden, una jugosa cantidad que, en la época, las convertía en un buen partido.
La tragedia del Ringteather tuvo sin embargo su lado positivo. Se cambió la ley para que el telón de hierro fuera obligatorio en los teatros, así como el alumbrado de emergencia –que estaba desmantelado en el Ringteather por una inspección- y las salidas de socorro, que debían de estar claramente indicadas.
Asimismo, se fundó el Wiener Rettung (antecendente del servicio de emergencias actual) y el emperador Francisco José financió de su bolsillo una capilla conmemorativa que hoy, desgraciadamente, no existe.
El director del teatro, sin embargo, sólo fue condenado a cuatro meses de cárcel.

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