Los austriacos y el trueque (o por qué Malasaña no es un distrito de Viena)

Comisión
¿La modernidad española va en contra del sentido común austriaco? (A.V.D.)

 

23 de Febrero.- Me despierto, sin necesidad de que suene la alarma del móvil, a las siete y media. La luz de una mañana soledada entra por los visillos. Pauli y Sofía (gatos), dormitan a mis pies.

Camino de la ducha, mientras se calienta la máquina del café, pongo la radio. Al principio, brotan del aparato unas palabras que no consigo distinguir –a mi cerebro, como a la máquina del café, le cuesta calentarse hasta alcanzar el óptimo nivel de concentración-.

Sin embargo, de pronto, entre el chorrito de sonidos, escucho nítidamente la palabra “Malasaña” (nombre del barrio más alternativo de Madrid). Si hubiera podido, me hubiera frotado las orejas.

Aguzo el oido.

Con un tono que trata de ser informativo  (y que resulta un poquito condescendiente) un locutor de Radio Niederösterreich describe la simpática –y de momento minoritaria- iniciativa de una pareja de madrileños que han decidido montar un establecimiento en donde las compras no se abonan en euros contantes y tintineantes, sino en puntos.

Con aire entusiasta, una voz de mujer, inconfundiblemente española (esa típica voz de madrileña con las cuerdas vocales curtidas por el Winston), describe el sistema. Otra voz, esta vez incofundiblemente austriaca, va traduciendo lo que la española dice.

Si yo no lo he entendido mal, uno va a la tienda y deposita aquellos objetos o ropa que ya no le sirven. Los tenderos valoran el objeto en puntos, que son asignados a la cuenta del cliente (este tipo de sistemas tienden a seguir el formato de los economatos y, por lo tanto, a ser un poco endogámicos).

Si al cliente le gusta algún artículo de los que están expuestos en la tienda, saca su tarjeta –todo es muy moderno- y paga con los puntos acumulados.

Cada una de estas perrofláuticas transacciones (con perdón) se grava con un pequeño canon en dinero ortodoxo que contribuye al sostenimiento del negocio (porque la luz o el agua, obviamente, no se pueden pagar en puntos).

Ya metido en la ducha, escucho cómo el corresponsal de Radio Niederösterreich en Madrid explica que, en España, en los tiempos que corren, el dinero es un bien escaso. Lo atribuye a la crisis de la deuda (Schuldenkrisse) y, enlazando, explica que, como consecuencia de estas estrecheces, proliferan en España los negocios en donde la gente comercia en especie e, incluso, da noticia de un portal de internet (www.acambiode.com) en donde se pueden trocar, por ejemplo, unas clases de matemáticas para el niño, por la pintura de una habitación en color amarillo albero.

Hecho esto, devuelve la conexión a los estudios centrales y se produce una pequeña pausa que yo aprovecho para decidir si quiero el agua más fría o más caliente y también para sentirme orgulloso de mis compatriotas que luchan de esta manera tan valiente contra los arrechuchos de la vida (a pesar de que, según mis recuerdos, Telemadrid le dedicó a la tienda en cuestión un reportaje y tanto el establecimiento como la clientela me parecieron bastante pijos).

Cuando estoy yo más feliz y pienso que el locutor va a valorar positivamente los esfuerzos de mis paisanos, el fulano va y dice lo siguiente:

Este sistema es muy bonito, sí, pero tiene una pega (Pech) fundamental: las transacciones en puntos no pagan impuestos. Y, si este sistema se generaliza y los españoles deciden no pagar impuestos ¿Cómo va a equilibrar el Gobierno su déficit y a arreglar la crisis de la deuda?

Me rasco la cabeza y pienso que, el jodío de él, tiene razón.

Abro el grifo de la ducha y doy un respingo.

Naturalmente, el agua sale fría.

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