El murciélago se ha posado en Mörbisch

Ópera de Bratislava
A.V.D.

12 de Julio.- Hace poco, un amigo mío, atento observador de la sociedad austriaca, dijo algo que puede aplicarse al tema del que voy a hablar hoy:

Los austriacos tienen una cualidad: son capaces de sacarle partido con fines turísticos a cualquier trozo de su pasado.

Si tenemos en cuenta que, hasta 1918, Austria (bueno, el conglomerado de nacionalidades que formaba el Imperio Austro-Húngaro) fue uno de los centros intelectuales no sólo europeos, sino mundiales, la verdad es que se comprende perfectamente que el pasado de este país sea una mina de la que sacar activos turísticos.

Esta tendencia, por otra parte, se acentuó a partir de 1945 cuando, prácticamente de la nada (y bajo la atenta mirada de las potencias ocupantes después de la segunda guerra general) las élites austriacas se vieron obligadas a crear, prácticamente de la nada, una conciencia nacional de la que, por supuesto, se obviaron todos aquellos aspectos del pasado que pudieran emparentar a la pequeña nación centroeuropea con el pasado hitleriano reciente.

En este marco, en el que tampoco hay que descartar la nostalgia por un tiempo que, en la distancia, parecía tan dulce, hay que encuadrar la creación del festival de Mörbisch Am See. La idea es sencilla: una opereta de la tradición austriaca, montada al aire libre con grandes medios y, como fondo privilegiado, la majestuosa y tranquila extensión del lago Neusiedl.

La idea se le ocurrió al bajo Herbert Alsen (bajo por su voz, no por su estatura, aclaro). El cual, un día que estaba haciendo picnic con su tartera y su manta, descubrió por casualidad el lugar en donde hoy se celebran las representaciones. Entusiasmado, acudió a la Wiener Staatsoper (en la que debía de tener mano) y, entre 1955 y 1957, se levantaron gradas y escenario (entonces, las gradas sólo tenían capacidad para 1200 personas) visto el éxito, en 1959, se amplió el aforo a 3000, y también el número de representaciones que pasaron a ser treinta entre los meses de julio y agosto.

Al ser el lugar un tanto agreste y, en cualquier caso, en mitad de la llanura húngara, lo cierto es que había que representar obras que el público se supiera bien (también porque se necesitaba que el éxito estuviera garantizado por un texto y una partitura potentes) había que representar obras conocidas, digo, por los lógicos problemas de acústica y visibilidad. Esto, sin embargo, se solucionó en 2006, cuando la organización de Mörbisch, que ya tenía al frente al protéico excantante Harald Serafin, le encargó a un prestigioso instituto alemán el diseño de un nuevo escenario y de un nuevo sistema de sonido que gaantizase que todos los espectadores salieran del recinto, después de la obra, con una sonrisa de sandía. Yo estuve en 2009, viendo My Fair Lady (una elección un tanto insólita para lo que es el repertorio normal del festival) pero puedo asegurar que fue una representación auténticamente espectacular.

Dada la calidad de las funciones y de los artistas –siempre hay algún cantante famoso o alguna personalidad austriaca de relumbrón, aparte del propio Harald Serafin, que se jubila este año- hay tortas para conseguir entradas. Suerte que, todos los años, la ORF retransmite una representación.

En estos momentos, mientras escribo el texto, estoy disfrutando de ella. Este año toca El Murciélago, de Strauss. Un placer.

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