En Viena con Madonna

Hotel Imperial
El hotel Imperial, la casa de Madonna en Viena (A.V.D.)

29 de Julio.-  Las emisoras de radio y las televisiones llevan dando la brasa desde hace días. Madonna da un único concierto hoy en el Ernst Haupl Stadion. El show, visto ya en otras capitales europeas, promete ser gigantesco aunque, los medios empleados, no siempre garantizan que el público se lo pase bien. Hace dos años, la ya madura cantante dejó bastante fríos a los vieneses. Y es que, señores, como Madonna sabe perfectamente, el público ya está curado de todos los espantos y, en Europa, hace falta algo más que enseñar un pezón (ya ajado, por las lógicas consecuencias de la edad sobre los cuerpos, por más celestes que estos hayan sido) para escandalizar a un público que ha pagado su entrada a un precio que podría hacer pensar que estaba impresa sobre oro laminado.

La diva aterrizó ayer procedente de París en la zona para jets privados del aeropuerto de Schwechat, rodeada de un boato que demuestra que, ciertas artistas se convierten en empresas que dan de comer a un número muy respetable de personas humanas. Por lo pronto, el equipo de Madonna vino no en uno, sino en dos jets privados. Los aparatos, procedentes de París, aterrizaron con ocho minutos de diferencia. La diva, que también es madre, se trajo a sus dos criaturas: Lourdes, a la sazón de quince tiernas primaveras, y Rocco, de once años. En tierra, les esperaban una limusina mercedes y cuatro furgonetas negras con los cristales tintados que llevaron a todo el cortejo, como si se tratase de la cabalgata de una princesa medieval, hasta el Hotel Imperial, el más lujoso y prestigioso de esta urbe acostumbrada al lujo y al prestigio. No consta que Madonna se haya deprimido al ver que, a su llegada, la esperaba un sólo cazador de autógrafos a quien la cantante, por cierto, con el sentido de la responsabilidad que caracteriza a quienes son conscientes de que viven del público, atendió cumplidamente (vamos, le echó una firma, que tampoco es que la mujer se herniase).

Asimismo, ha trascendido que, para el trayecto entre el aeropuerto y el hotel, que dura escasamente media hora, Madonna había pedido ser surtida de agua mineral Evian bien fría (a Madonna, como a todos los americanos, les gustan los líquidos helados).

El antiguo Hotel Imperial, que acogió en 1938 al propio Adolf Hitler a su regreso triunfal a Viena, ha tenido también que adaptarse a las exigencias de la estrella. Dos camiones trajeron antes de ayer sus aparatos de gimnasia, sus macetas (!) y sus alfombras (un ajuar de viaje la mar de raro, por cierto). Todos estos aparejos fueron instalados en el gran salón de baile de la planta baja, mudado en gimnasio para la ocasión. Asimismo, para que nadie pueda hacer fotos inoportunas que muestren lo que la luminotecnia y las últimas técnicas de maquillaje ocultan, el salón ha sido convertido en una fortaleza visualmente inexpugnable: las ventanas selladas y todo el personal que acompaña a la estrella especialmente traido desde Alemania.

Madonna va a permanecer en Viena hasta el miércoles y, según el empresario que la ha contratado, tiene muchas ganas de ver la ciudad. Se le ha organizado una visita al museo del Belvedere en donde, suponemos, quedará sobrecogida por El Beso, de Klimmt y otras obras de arte que se guardan en esta pinacoteca que, aunque Madonna no lo sepa aún, es tan prestigiosa como (para mi gusto) algo desangelada. La ambición rubia también tiene previsto ver el Leopold Museum y seguramente se extasiará ante el famoso conejo, obra de Durero, que se guarda en el Albertina.

A pesar de la interminable lista de exigencias que hemos expuesto durante este artículo, Richard Hörmann, el jefe de Madonna, ha recalcado que es una persona “muy easy” (sencilla, vaya, como nuestros reyes).

Menos mal.

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