El Mozart español: Vicente Martín y Soler (1754-1806)

Mitos Austriacos: Wolfi
El hombre al que Mozart apreciaba (A.V.D.)

 

Una vida de novela que empieza en Valencia y termina en la Rusia de los zares. Hoy Luis nos trae lo mejor de aquella Europa que empezaba a despertar del largo sueño de la intolerancia a través de la figura de Vicente Martín y Soler: el hombre al que hasta Mozart apreciaba.

El Mozart español: Vicente Martín y Soler (1754-1806)

Martín y Soler en un grabado de la época

Inmersa en el esplendor de la Ilustración, la corte imperial de Viena se había convertido a finales del siglo XVIII en la indiscutible capital europea de la música. Tras largos siglos de una Europa surcada por las cicatrices de las guerras de religión, una nueva era conocida como “Siglo de las Luces” pareció augurar un período marcado por las reformas y los descubrimientos científicos.  Las élites nobiliarias del Antiguo Régimen, imbuidas de los ideales marcados por la “razón”, se habían visto llamadas a liderar y alumbrar el camino hacia el progreso, cuyo motor era el ansia de conocimientos que obras como la famosa “enciclopedia” de Diderot estaba despertando en los seguidores de esta nueva doctrina.

En este contexto, Viena estaba siendo testigo directo de las reformas promovidas por el emperador ilustrado José II (1741-1790), un soberano liberal recordado hoy en día por poner fin en sus dominios austriacos a las persecuciones religiosas –mediante su famoso Edicto de Tolerancia– y por sus intentos de centralizar el Estado. De lo que no cabe duda, es de que bajo su égida surgieron grandes genios cuyo talento proveyó de reconocida reputación a una ciudad destinada a marcar la pauta en cuestiones musicales. El genial compositor, Wolfgang Amadeus Mozart, se erige sin lugar a dudas en el máximo exponente de esta explosión creativa dieciochesca. Sin embargo, aunque es cierto que las obras legadas por el famoso salzburgués eclipsaron a posteriori las de sus coetáneos, en años recientes se han venido revalorizando las creaciones de maestros que gozaron de igual o mayor reconocimiento en una corte ávida de representaciones musicales. El éxito del personaje que nos ocupa, no obstante, tuvo fecha de caducidad pues su recuerdo se vio relegado al olvido más absoluto. Pero no hablaremos aquí de Antonio Salieri, famoso rival de Mozart popularizado por Milos Forman en su oscarizado film Amadeus, sino de un notorio compositor originario de Valencia: Vicente Martín y Soler (1754-1806), también conocido como Martini lo spagnuolo o il Mozart di Valencia. La bella ciudad bañada por el Danubio refulgió durante varios años al son de este insigne español que vivió allí su “minuto de oro” por gracia de un público sediento de calidad musical.  El presente texto pretende con su homenaje aportar un granito de arena más a la justa rehabilitación histórica de un gran maestro musical del XVIII.

Tras abandonar pronto su ciudad natal para reunir experiencia como maestro de capilla del futuro Carlos IV en Madrid, Vicente inició un viaje de estudios a Bolonia con el fin de labrarse una carrera como músico profesional. Debido a una larga tradición musical consolidada durante el Barroco, Italia era el destino idóneo de todo aspirante a compositor, pues dicha tierra era un fértil campo donde brotaban numerosos músicos de prestigio que toda corte europea no dudaba en rifarse. Así, largos años de formación por diversas ciudades italianas principales, jalonados de clamorosas representaciones de obras suyas –entre ellas, su primer ópera, en 1776–, acabaron por catapultar a Vicente a la por entonces meca de las musas: Viena abría sus puertas en 1784 al músico español. Dicha ciudad iba a fijar el comienzo de un periplo de estancias itinerantes por media geografía continental.

En la corte del Danubio, su reputación y contactos como compositor de “óperas cómicas” lograron que obtuviera la colaboración del reputado libretista de Mozart, Lorenzo da Ponte, con quien trabaría estrecha amistad. Sobre todo, el auspicio de la esposa del embajador español, la marquesa del Llano, le había abierto las puertas desde el primer momento al apoyo incondicional del mismo emperador José II. La suerte sonreía a Martín y Soler, y lo sabía. Debía aprovechar tales oportunidades para asombrar a la nobleza vienesa, lo cual iba a lograr sin mucho esfuerzo. Mozart, que acababa de estrenar sus famosas Bodas de Fígaro, pudo contemplar con sorpresa cómo la genialidad del español había hecho sombra a su propia creación: Vicente había dado a conocer al público la que sería una de sus obras cumbres, Una cosa rara. Su éxito, al que contribuía el buen hacer de da Ponte, hizo que dicha ópera se representara hasta la partida del español, ¡237 veces! No era por ello de extrañar que poco tiempo después se representase en cortes de toda Europa. El de Salzburgo, pese a la rivalidad musical, sentía gran simpatía hacia su colega y había quedado tan impresionado que incluso había decidido incorporar partes melódicas de tal obra a su Don Giovanni. Con ello reconocía la calidad de la música de su competidor, que no dudó en tildar de “realmente preciosa” (wirklich hübsch).

El desbordante talento de Vicente, que tenía a sus pies al emperador, siguió deparando a los vieneses nuevos sorpresas durante los siguientes años: el teatro del Burgtheater fue testigo de más de 65 representaciones de otra obra suya, L’arbore di Diana, que constituiría una de las óperas en italiano más veces interpretadas de la época. Pero uno de los logros que más llaman la atención y algo que muchos ignoran, es que el valenciano ha llegado a ser considerado el padre del vals moderno en su forma primitiva. Siempre a la búsqueda de nuevos impulsos para su carrera, Martín y Soler obtuvo la recomendación del emperador para pasar en 1788 a la corte de San Petersburgo, donde, tras un corto paréntesis infructuoso en Londres, llegó a superar la fama del genio de la Flauta mágica. Allí pasaría aquellos largos años dedicados a complacer musicalmente a la caprichosa comitiva de Catalina la Grande. Ya al final de su vida, consumidas las energías tras numerosas representaciones, se vio empujado a abandonar la composición por la enseñanza, que siguió ejerciendo en la corte rusa hasta su muerte allí el 30 de enero de 1806.

Transcurridos varios decenios desde la marcha del maestro de Viena, el eco de aquellas melodías pareció haberse apagado para siempre en la musicalmente exigente corte austriaca. Ya nadie recordaba unas obras que tantos aplausos habían arrancado a lo más granado del público vienés y cuyos sones habían impregnado los teatros de la corte imperial. En definitiva: el prestigio del valenciano había ascendido de la misma forma meteórica como se había desvanecido. La composición de más de treinta óperas y una veintena de ballets no habían bastado para enmarcar su nombre en la posteridad. Quizás la extrañeza con que sus obras fueron acogidas en los siglos posteriores debió hacer mella en su renombre desterrándolo a la ignorancia. Sin embargo, hoy en día estamos de suerte, pues Jordi Savall, intérprete peninsular que goza actualmente de gran fama en Viena y llena por completo todas las representaciones que ofrece, ha contribuido a dar a conocer las composiciones del valenciano. A él debemos, entre otros pocos, el poder recordar hoy la figura de Martín y Soler y el permitirnos disfrutar de nuevo de unas obras que tanto éxito cosecharon una vez en la capital mundial de la música clásica.

Luis

Luis es historiador, vive y trabaja en Viena y en la actualidad investiga las relaciones entre la corte madrileña y la vienesa durante el siglo XVII.

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