Isabel de Trastámara fue, indirectamente, una de las personas que más influyeron en el devenir de la historia europea y, a través de la política matrimonial que llevó con su esposo, Fernando el Católico, se la puede considerar una de las matriarcas de los Habsburgo.
Ahora, TVE le ha dedicado una serie de la que pronto se emitirá la segunda temporada.
8 de Enero.- Una de las cosas que hago siempre cuando voy a España es ayudar a la industria audiovisual nacional. No faltan los que me dicen que soy tonto metiéndome en el Mediamarkt o en la FNAC y comprándome DVDs, cuando hay por ahí mulas que hacen lo mismo por muchísimo menos dinero. Pero yo, qué quieres, soy un antíguo.
Mis gustos, además, también lo son, y me gusta traerme películas que aquí, por ser tan locales, son inencontrables. Por ejemplo: esta vez, me he comprado “Estoy hecho un chaval” de Paco Martínez Soria, “Las chicas de la Cruz Roja” (novias de la primavera), con Conchita Velasco (hoy Doña Concha) y Mabel Karr, la viuda de Fernando Rey; Malvaloca (con Amparo, entonces Amparito, Rivelles y Alfredo Mayo; filme que no espero que mis lectores conozcan) y, por ser una de las pocas que me falta para tener la colección completa, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del Montón, de Almodóvar.
Mi hermano me vió pararme delante de las series españolas y mirar Isabel y, como se dio cuenta de que no me la compré por cara, tuvo el detallazo de regalármela para reyes.
Para mis lectores que vivan fuera de España, Isabel es una serie de Diagonal TV (Amar en Tiempos Regüeltos, La Señora, República) productora que se ha especializado en enseñarles a los españoles trozos de su pasado. En esta serie se explica (aproximádamente) la vida y milagros de Isabel de Trastámara, llamada La Católica (a partir de ahora, también “la catódica” juás juás).
La visión de Isabel, sin embargo, pone al espectador ilustrado en un brete. Por un lado, a este espectador ilustrado le parece fenomenal que la televisión pública de España, que todos pagamos con nuestros impuestos, se preocupe de comprar productos que se parezcan lo menos posible a La Que se Avecina. Sin embargo, por otro lado si, a pesar de ser una producción ambiciosa, uno compara Isabel con pasadas glorias producidas por Televisión Española (Teresa de Jesús, por ejemplo) uno no puede dejar de sentir cierta punzadilla en el costado.
Flato, o sea.
En ese sentido Isabel tiene más que ver con Los Tudor que con la mencionada Teresa de Jesús.
La serie está muy bien, y se ve con mucho agrado (es emocionante y la producción es muy vistosa), el problema es que se oye con un poquito de grima, hasta el punto de que uno a veces se pregunta si los guionistas le dan al tintorro Don Simón antes de ponerse delante del ordenador.
Esto es debido a que Isabel, en su composición, tiene dos piezas de muy difícil encaje.
Por un lado, es una especie de Falcon Crest medieval.
O sea, con mucho dorado, malos que miran de través, putiferio y criados que hacen reverencias pero, por otro, no quiere renunciar a ser una serie histórica porque La Católica, aceptémoslo, es uno de los personajes más importantes de la Historia de España.
¿Qué hacemos entonces? –se dicen los guionistas- no nos dejan que los personajes hablen como se hablaba entonces –por otra parte, ¿Quién sabe cómo leches se hablaba entonces?- entonces –se dicen- que hablen como mi abuela Eduvigis la de Soria.
Y así, los personajes de Isabel se pasan los episodios diciendo “lustre”, “corajina”, llamando a sus progenitores “padre” y “madre”, y soltando refranes procedentes del rico acervo popular.
Eso, al fin y al cabo, se podría disimular, si no fuera por las voces y la dicción. Uno no pide que los actores hablen como Matías Prats padre (que Dios tenga en su gloria), el cual tenía una dicción castellana fuera de este mundo, pero sí que estaría bien que, por lo menos, se les entendiera lo que dicen. Juro por lo más sagrado que di un respingo cuando escuché a un actor contestarle a Michelle Jenner (Isabel, no se le puede poner un pero) un “M´alegro” (me alegro, en castellano antiguo) que me puso los pelos de gallina.
Por no hablar del tono de voz francamente poligonero que tiene la actriz que hace de madrastra de la reina católica. O de la campechanía, como de Vallekas, del que hace de Rey de Portugal (por supuesto, sin un gramo de acento portugués). O del jovencito que hace de hermano de Alfonso, hermano de Isabel, del que no se sabe si está en El Barco, si acaba de salir de El Internado o está esperando a entrar a la Clase de donde ha salido.
De todas maneras, yo he encontrado la solución al dilema: olvidarme de la Historia y quedarme con la historia. O sea, no comparar cosas que no son comparables. Y ahí voy ya: con el capítulo cuarto y esperando a ver qué hace Isabel para casarse con Fernando.
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