Django Unchained o lo que va de Tarantino a Raphael

Capoeira 16
Este hombre hizo el casting, pero al final Tarantino se inclinó por otro señor parecido a él (A.V.D.)

 

Apareciendo en ella Christoph Waltz, austriaco y vienés para más señas, ver Django Unchained era casi un deber ineludible.

19 de Enero.- (en realidad, ya 20 de madrugada). Hoy, escribo tan tarde porque he estado viendo Django, Unchained (Django desencadenado) la última película de Quentin Tarantino.

Era de justicia, y también casi un deber debido a la temática de este blog, porque en este filme desempeña un papel prominente un austriaco, vienés además: el actor Christoph Waltz.

La verdad es que he tenido que tomarme un par de zumos de naranja sin cafeína para poder digerirla y contar lo que me parece. Y es que, Django, como todas las películas de Tarantino, es tan barroca que a uno, a ratos, se le olvida incluso que lo que está viendo es una película.

Empiezo por las virtudes: Django es, ante todo un ejercicio de estilo muy de agradecer. O sea, traducido al lenguaje cinematográfico, y jugando al famoso Si Fuera…de Rafaella Carrá, si Django fuera un cantante, ese cantante sería Raphael (marqués consorte de Santo Phloro). Tarantino es uno de los pocos directores actuales (Almodóvar, Ang Lee, Clint Eastwood, Spielberg) que tienen auténtica voluntad de hacer cine de autor. Cine hecho con las tripas, con el hígado, con las gónadas. Django es, pues, una película que, nada más empezar, está gritando Tarantino desde el primer fotograma. Y eso, después de ver ayer El Hobbit, pues se agradece, las cosas como son.

(Por cierto, en algún momento habrá que hablar de la mediocridad sobrevaloradísima que es Tolkien).

Tarantino es, también, un devorador de cine, y en esto se parece a Pedro Almodóvar. Sus películas son todas de género, en el mismo sentido que Umberto Eco decía siempre en El Nombre de la Rosa que los libros siempre hablan de otros libros. Cuando uno ve una peli de Tarantino, siempre le parece que está viendo trozos de las películas que Tarantino ha visto. O incluso trozos de películas que no se hicieron nunca, pero sobre las que Tarantino ha leido.

Me explico: en el famoso libro-entrevista que François Truffaut le hizo a Alfred Hitchcock hay una descripción, casi plano por plano, de una escena de Django Unchained. Aquella del asesinato en el campo de algodón. Aquellos de mis lectores que hayan leido el “hitchbook” la reconocerán inmediatamente. Aquellos que no, ¿A qué están esperando a leer el libro?

Django es una película de género, o mejor, de géneros. Creo que no descubro nada si digo que la última de Tarantino es una mezcla (no siempre demasiado lograda) de un spaghetti western –impagable la aparición de Franco Nero– y una de esas películas de los Black Panther, reivindicación de los derechos de los afroamericanos, que tanto éxito tuvieron en los años setenta del siglo pasado.

Aproximadamente, la primera hora y media es un espaghetti western, y yo he estado a punto varias veces de escribir en el Facebook que, por primera vez, Tarantino había hecho una película que tenía más de media hora buena.  Sin embargo, cuando llegamos al tramo de los panteras negras la verdad es que vuelve el Tarantino que no se contiene. Ese que tanto les gusta a los fanes (y a las fanas) de Tarantino, pero que a los demás nos da mucho perezón. Por infantil, por rancio, por gratuito.

Interpretaciones: Christoph Waltz, fenomenal. Una “fenomenalidad” también algo triste, porque lo es que, en estos tiempos, alguien se lleve un Globo de Oro (más que probablemente un Oscar) por desempeñar un papel de manera contenida y competente. Pero en fin, en peores plazas hemos toreado. Leonardo Di Caprio se pasa todo el trozo de película en que sale imitando a Orson Welles en Ciudadano Kane. Calcadas las actitudes, calcado el físico (los ojillos porcinos, la sonrisa socarrona, ese lenguaje corporal que tienen los delgados que luchan a brazo partido contra las lorzas). El actor que hace del personaje titular, pues bien también.

El vestuario, estupendo; el diseño de producción con un toque retro muy divertido (no les falta un perejil) y la música, como suele suceder con Tarantino, pues es de salir del cine y querer comprarse el disco (o descargarselo en iTunes).

Y luego, la pregunta del millón ¿Merece la pena verla? Pos mireusté, quizá no habría que enfocar la cuestión desde ese punto de vista, sino desde este otro: si yo me encontrase un día a Tarantino por la calle, le preguntaría “Quentin, rey moro, ¿Por qué c*ño no puedes tú hacer películas que duren lo normal? ¿No ves que lo poco agrada y lo mucho agota?”. Pues eso: no apta para aquellos que sufran de las asentaderas.

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