En la emigración, sale a la luz la auténtica naturaleza del ser humano. Este post es un breve repaso de mis observaciones y experiencias al respecto.
15 de Marzo.- Según mi propia experiencia y lo que tengo observado durante estos años, emigrar, para la mayoría de la gente, es una experiencia psicológicamente tan fuerte como pueda serlo, por ejemplo, contraer una enfermedad grave o pasar por alguna desgracia personal. En estos trances, es cuando sale la verdadera naturaleza del ser humano, porque es en esas ocasiones cuando el ser humano se da cuenta de la única verdad de esta vida que es insoslayable cuando se llega a una edad: hay determinadas situaciones graves a las que tenemos que enfrentarnos solos, ayudados nada más que de nuestras fuerzas.
Pensando en este tema, se me ha ocurrido el post de hoy, que podría ser un intento de clasificación de cómo las personas intentan reelaborar el trauma que supone perder la seguridad de la propia familia, del idioma, del país en el que uno ha nacido y de cómo tratan de compensar esta pérdida.
En primer lugar estaría lo que yo llamo “el outsider”. Esto es, aquel que viene a un país (Austria en este caso) y, enfrentado al bombardeo brutal de información nueva de los primeros tiempos, decide seguir viviendo en el país de acogida como si estuviera viviendo en su país propio. Se crea una burbuja artificial en la que sólo entra la realidad española. Medios de comunicación españoles –ahora esto es más fácil, con internet-, comida española, lengua española –la cantidad de malabarismos que tienen que hacer algunos, por ejemplo, para encontrar un médico que hable español.
Después estaría el tipo “Qué he hecho yo para merecer esto”. Suelen ser personas que, en España, estarían en un tramo social medio, o medio-alto. Cultos, de profesiones que, generalmente, implican un uso intensivo del idioma. Un dos tres, responda otra vez: periodistas, abogados, por ese palo. De pronto, llegan aquí y se encuentran con que toda su cultura, todo su bagaje, vale menos que cero en un país en donde no pueden utilizar la lengua para nada. Y, lo que es peor, se dan cuenta pronto de que, por más que se esfuercen nunca (pero nunca nunca) conseguirán hablar alemán como un nativo. Naturalmente, sufren una bajada de nivel social porque se ven reducidos a realizar según qué trabajos que, para ellos, suponen una humillación. Son como estrellas del cine mudo cuando llegó el sonoro. Ellos le cuentan a todo el que se presta (suelen ser del tipo brasas) que ellos en su país eran la rehostia en bicicleta y que Austria les trata fatal porque no les proporciona trabajos de acuerdo a su valía. Suele resultar inútil tratar de explicarles lo que ha sucedido. Su ego herido no les deja ver el bosque.
Luego, tendríamos el tipo “no-sin-mi-churri”. Es uno de los más comunes. Puro o mezclado con otros. El tipo “no-sin-mi-churri” ha abandonado su país de nacimiento por lo que suele llamarse amor pero que los austriacos prefieren llamar sexo. Es, a priori, uno de los que más ventajas tiene a la hora de adaptarse a la nueva situación. Los amigos de la/el churri funcionan como puente entre los que se perdieron en la patria y los nuevos que se encuentran. Si el “no-sin-mi-churri” es inteligente en grado necesario, utilizará este colchón para irse labrando un futuro en la tierra de acogida. Si no, probablemente se convierta en
“Qué-asco-de-todo” también conocidos como “los robaenergías”. Son aquellos que, como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer. O sea, llevan siglos viviendo en el país que les acoge, pero no consiguen aprender el idioma ni que les interese. Se les conoce, principalmente, porque, tras tres minutos hablando en alemán, pasan al inglés (no significa que hablen inglés mejor que alemán, solo que maltratar la lengua de Chéspir les cuesta menos trabajo).
Por último, el que yo llamo “el-última-cruzada”. Si mis lectores han visto la tercera parte de las aventuras de Indiana Jones, sabrá que uno de los enigmas a los que se enfrenta Indy para ir a buscar el Santo Grial con el que salvar a su padre, el doctor Jones, tiene como pista lo de “sólo el penitente pasará”. Este es, a mi juicio, uno de los mejores consejos que se le pueden dar a un emigrante. Al principio, mostrarse humilde, tratar de aprender, callar mucho y hablar poco, para terminar cogiéndole el punto al país.
Este ha sido sólo un breve resumen, pero habría quizá muchos más tipos: “el networker”, “el todo por la pasta” o el “planta trepadora” ¿Se te ocurre alguno más?
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