Diciembre, época de recuentos.
En Viena a las tres vamos a ir repasando en imágenes lo que ha dado de sí este 2013.
He querido que la primera foto, sin embargo, no sea mía. Quizá lo que me fascina de esta imagen es que todas las personas que aparecen en ella no viven ya ¿Quiénes fueron? ¿Cómo se desarrollaron sus vidas? ¿En qué lugar está hecha la foto?
Por la ropa, debió de ser hacia 1890, en algún lugar de Austria, en un mundo que aún creía en la inocencia. En la foto hay por lo menos cuatro niñas (la imagen de una está borrosa para siempre, porque las cámaras necesitaban entonces mucho más tiempo de exposición del que un niño puede aguantar quieto)¿Qué fue de ellas? Debieron vivir, con buena suerte, hasta por lo menos mediados del siglo pasado ¿Murió alguna de tuberculosis o de sobreparto? ¿Tuvieron una vida aburrida o se suicidaron bajo la pena arrasadora de un amor?. Su destino nos hace soñar.
El hombre en primer término, quizá el dueño del local en donde la foto está hecha, posa orgulloso ante la obra de su vida. Una adolescente de unos dieciséis años, quizá una mocita que aún no había recibido su primer beso, cuyo corazón se encogía al escuchar en la iglesia las promesas de infierno a las chicas ligeras, posa algo infantil ante la cámara ¿Quienes eran las mujeres que contemplaban al fotógrafo –entonces aún un mago escondido detrás de un trapo negro- detrás de los cuarterones de cristal de las puertas? ¿Por qué se escondían? ¿Temían que el fotógrafo robase su alma? No lo sabré nunca. En las cajas de cartón que guardaban los negativos que compré en el Naschmarkt, este verano, no hay ninguna nota escrita. Ninguna indicación que pueda resucitar a esta gente desde el remoto pasado. Toda una lección de nuestra propia importancia. Algún día, alguien comprará fotos nuestras en algún mercadillo y se preguntará por nuestra vida, por esas cosas que hoy nos parecen tan importantes y de las que esa persona no tendrá (no podrá tener) ni idea.
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