El buen maestro

Pizarrín¿Qué condiciones debe reunir un buen maestro? Llevo casi veinticinco años dando clases particulares. He aquí mi experiencia.

4 de Diciembre.- Querida Ainara (*) : una de las cosas que con más gusto y más cariño he hecho en mi vida, y probablemente durante más tiempo, ha sido enseñar. Empecé con 14 años, o sea, en junio de 1989 y cobraba, no se me olvidará, 400 pesetas la hora. A mí me parecía una fortuna y llevaba muy por cuenta cada día en que madrugaba y me levantaba para darle clases particulares de matemáticas a un chaval que iba a un curso por detrás de mí.

Aún lo hago hoy, aunque muchísimo más esporádicamente que antes.

Aquel chaval fue el primero de los chicos con los que he tenido que enfrentarme. Hoy, me propongo explicarte alguno de los trucos que fui desarrollando en este casi cuarto de siglo que llevo intentando hacer más llevadera a otros la tarea de aprender.

Para empezar, te diré que uno empieza a dar clases desde el momento en que uno se presenta y le presentan a su alumno (a sus alumnos) porque en ese momento suelen surgir informaciones muy útiles para el trabajo que uno va a desarrollar.

Está bien escuchar para hacerse una idea de los problemas con los que uno va a enfrentarse. No hay que asustarse sin embargo, porque generalmente las madres ponen la cosa mucho peor de lo que luego es. Hay que escuchar lo que dicen para hacerse una idea general  pero hay que tener cautela hasta no haber calado el melón uno mismo.

Porque ese es el objetivo primordial de las dos primeras clases: calar el melón. Esto es, diagnosticar por qué el chaval o la chavala ha pinchado. Qué le pasa, qué le sobra, qué le falta. Y poner remedio.

Esto es una cosa que solo se puede hacer dando clases particulares. Soy consciente de ello. Yo entiendo que los profesores normales no pueden dedicarle la misma atención que yo les daba a mis alumnos en las clases particulares pero, algunas veces, mis colegas los profesores “de verdad”, por pereza, por cansancio o simplemente porque están enseñando cuando a ellos lo que le gustaría es estar haciendo parapente, no se molestan en conocer a sus alumnos. A mí eso, personalmente, me duele. Porque considero que un maestro es como un médico del alma. Alguien cuya misión no solo es entrenar a sus alumnos para que sepan conjugar los verbos o resolver la ecuación de segundo grado, sino para que puedan integrar en su vida esos conocimientos y hacerlos parte de sí mismos.

Conocer a los alumnos: esa es la clave. El principio del éxito está en hacerse una idea lo más precisa posible de la persona que uno tiene enfrente y ver lo que nadie más ve. En cada uno de nosotros, Ainara, hay un diamante en bruto y una gran verdad es que no hay alumnos torpes, lo mismo que no hay pianos malos, sino concertistas torpes o profesores que no se esfuerzan suficientemente por llegar a sus alumnos.Y en eso, en mi opinión, Ainara, hay que ser incansable.

Técnicamente, y dejándonos de literatura, lo primero que un profesor debe de averiguar es a cuál de los dos grupos de personas que hay en la Humanidad pertenece su alumno: la gente aprende de dos maneras: con la vista o con el oído. Generalmente, los alumnos que fracasan lo hacen porque ellos mismos no saben a qué grupo pertenecen y adoptan unas estrategias de aprendizaje equivocadas.

Después, hay que estimular dos puntos capitales del alumno: uno, la curiosidad. Hay que abrirle el apetito de conocimiento. Eso se hace con anécdotas relacionadas con la materia, procurando hacer atractivos los contenidos acercándoselos a sus intereses, utilizando ejemplos de su vida diaria. El segundo punto capital es la autoestima. Profesores, maestros del mundo, si alguno me lee, por favor, escuchadme: HAY QUE RECOMPENSAR LOS ÉXITOS DEL ALUMNO, por pequeños que sean al principio. Ya vendrán más cuando el alumno esté menos “verde”. Un par de palabras de aliento hacen milagros. Un alumno que no se cree capaz de aprender es un alumno perdido. Y un alumno perdido se distrae en la clase, se pierde, acumula materia sin asimilar. Fracasa.

Otra cosa que hay que intentar (no siempre se consigue) es despertarle al alumno el interés por cosas que, aunque no sirvan directamente para lo que se está aprendiendo, sí que le sirvan para aprender. Por ejemplo,y quizá primordial, la lectura. Hay que intentar que lean, como sea y lo que sea. Lo que sea. Sin prejuicios. El periódico, blogs, revistas, tebeos. Pero que lean. Leer amplía la capacidad de concentración, sirve para enlazar ideas, refuerza la ortografía –ese mal de los españoles del siglo XXI- y, con buena suerte, deja poso.

En fin, Ainara, tengo que dejarlo aquí. Espero que, si algún día a ti te toca enseñar, te acuerdes de estas líneas.

Besos de tu tío

(*) Ainara es la sobrina del autor


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