En este post y quizá otros dos más, iremos repasando la apasionante historia de las aventuras coloniales austriacas, a las que les pasó como a la carrera musical de Jesús Vázquez: que no llegaron a cuajar.
16 de Marzo.- Una de las cosas que yo les digo siempre a mis amigos austriacos, particularmente cuando tropiezo con algún pedrusco de su idioma es:
–¡No me extraña que no hayáis tenido colonias nunca! ¿Quién c*ño iba a querer aprender este idioma vuestro?
Ellos se ríen, sin duda porque saben que Austria, aunque pocas, canijas y efímeras, tuvo colonias. Una porquería en comparación con las demás monarquías “grandes” europeas (liliputienses en cualquier caso si se comparan con el imperio colonial inglés o el español) pero lo cierto es que sí que existieron. En el post de hoy, vamos repasar una de ellas.
A principios del siglo XVIII, los florecientes habsburgo centroeuropeos decidieron fundar su propia compañía colonial. En este estadio que podríamos llamar “de capitalismo floreciente”, los monarcas concedían monopolios o “privilegios” a determinados grupos de comerciantes para que “operasen” con determinados productos o en determinadas rutas. La compañía colonial de los Habsburgo se llamó “Compañía de Ostende” y tenía su base en la zona de los Países Bajos que pertenecía a los emperadores vieneses (se los había cedido España, muy a su pesar, en el tratado de Utrech).
Los felices comerciantes austriacos y “neoaustriacos” se lanzaron a surcar los mares dispuestos a forrarse en 1715, al objeto de importar productos desde la India, China, Bengala y Moca (en el actual Yemen, el café de Moca le debe su nombre, bái de güéi).
Parece ser que, rápidamente, hicieron fortuna y empezaron a ganar pasta. Y, ya se sabe, con la fortuna y con la pasta llegaron también los recelos de otros comerciantes (los belgas, los ingleses y tutti quanti) que ya estaban operando en las mismas áreas. Hay que entenderles: los altos precios que alcanzaban los productos exóticos se debían precisamente a eso: a que eran exóticos y, por lo tanto, escasos. Si había otra vía por la que los europeos de entonces pudieran conseguir las cotizadas manufacturas de Japón y de China, se corría el precio de la gallina de los huevos de oro muriese de éxito.
Y la cosa, por lo que parece, no se quedó solo en protestas y en “a la seño vas a ir como sigas comerciando con Asia”. Una nave holandesa apresó una barco de la Compañía de Ostende en 1719 en la costa de Africa –cuando estaba haciendo el viaje de vuelta, pues entonces no había aún canal de Suez, como todo el mundo sabe- y poco después unos ingleses piratones apresaron otro de los barcos austriacos en las cercanías de Madagascar.
A pesar de estos sustos, los austriacos perseveraron en sus comercios hasta que al emperador de Austria le apretaron tanto las clavijas sus primos europeos que no tuvo más remedio que cancelar la compañía de Ostende.
¿Fue la última aventura colonial austriaca? De ninguna manera. Esta historia todavía nos tiene que dar mucho de sí.
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