Don Juan Carlos abdica y ficha por Podemos

toro¿Quién lo iba a haber pensado? Tan mayor y tan moderno. Un post histórico para un día histórico.

2 de Junio.- Antes de empezar con el análisis, quisiera dejar dichas dos cosas:

a)    Que, a pesar de lo que pudiera parecer no soy el autor de la alocución o discurso que el todavía Rey Don Juan Carlos ha dirigido a los españoles. Alocución sospechosamente parecida en algunos tramos a un discurso de navidad que yo inventé en diciembre. Por cierto, me juego la Meldezettel a que el Rey, una vez deje de serlo, será llamado Conde de Barcelona.

b)    Que un amigo, gay para más señas, me ha pedido que transmita la alegría que ha cundido entre el Pueblo Elegido cuando se ha sabido que en España, tras largas décadas de sequía, va a haber por fin un Jefe de Estado que “tiene un revolcón” (sic). Mi amigo me ha pedido, además, que utilice esta tribuna para indicarle a Zarzuela que a los fieles de Santa Conchita les pone más el todavía príncipe cuando lleva barba porque “le hace más malote” (también sic). La comunidad gay está, asimismo, como unas castañuelas de que Doña Letizia vaya a ser reina ¡Por fin una monarca que ha pasado por quirófano casi tantas veces como la Agrado! Y es que ya se sabe que una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado para sí misma.

La abdicación de Don Juan Carlos: la versión oficial

Dicho esto: la noticia del día, en España, ha sido (es) la abdicación de Don Juan Carlos. La versión oficial de la Casa Real (que solo se creen en la Casa Real) es que, el pasado cinco de Enero, día de su último cumpleaños, Don Juan Carlos se estaba yendo a la cama y que, cuando ya tenía puesto el camisón y el gorro con la borla en la punta, se sentó en el lecho y, con aire caviloso, dijo:

Sofi, creo que voy a abdicar en el niño.

La Reina, o sea, su Majestada, levantó los ojos de la hagiografía (biografía, que me diga) que le hizo Pili Urbano, se quitó las  bifocales y dijo:

-¡Ya era hora, Juanito! Por fin podremos dedicarnos a hacer todas esas cosas que siempre quisimos y que, con tanta coña marinera de viaje oficial, nunca pudimos hacer.

Le hicieron chiribitas los ojos al Rey, nuestro señor:

-¿De verdad? ¿Me dejas llamar a Corinna?

La Reina juró en griego –idioma que, según propia confesión utiliza para contar y para lanzar venablos y denuestos- y dijo:

-¡A tu mejor amiga, ni me la nombres! No puedo con esa pájara.

Se disculpó el monarca:

-Era solo una idea, mujer, no te pongas así. Lo siento, perdona, no volverá a suceder.

La abdicación de Don Juan Carlos: la verdad más probable

Por supuesto, no ha sido así. Desde finales del año pasado, se oía el runrún de la abdicación con intensidad variable, según fueran a más o a menos los achaques de Juan Carlos ¿Que se le ponía el fémur de titanio como una berenjena? Juanito, abdica ¿Que volvía a arrumbar el bastón? Su majestad está hecho un torete y tenemos majestad para muchos años todavía.

Naturalmente, es probable que todos, en el entorno del Rey, supieran que el grave problema independentista catalán (que va a estallar más pronto que tarde) era bastante superior a las fuerzas de un hombre de casi ochenta años y, lo que es peor, con la falta de flexibilidad que implica llevar ya casi ocho décadas funcionando por este mundo cruel.

Ante la negativa del interesado, es probable que, hasta el último momento, se hayan buscado fórmulas. Un difícil encaje porque, legalmente, y a pesar de estar hecho unos zorros, el Rey es aún el Rey, y el Príncipe de Asturias un señor que no tiene más poder que el de levantar suspiros entre las señoras que compran el Hola (y entre los gays que compran el Hola).

Con lo que el Rey no había contado -¡Parece mentira, qué cabeza la suya!- ni nadie se atrevía a pronosticar en su presencia, era con que la ola del descontento, la cual, durante estos seis años, se ha mantenido en un perfil muy bajo (sobre todo, teniendo en cuenta lo que ha llovido) se materializaría en algún momento. Y se materializaría en ese Podemos que ha sido, sin ganar (¡Podemos ha sacado solamente un 8% de los votos!) el ganador de las últimas elecciones europeas.

Podemos (otra vez)

Como decíamos hace días, Pablo Iglesias apareció y todos los políticos envejecieron cien años de repente. Sucedió con Suárez, sucedió con Felipe González, ha vuelto a suceder con Pablo Iglesias.

(Por cierto, desde hace una semana, los atribulados “Podemistas” andan desesperados buscando una flota de vehículos pesados en la que transportar el ego creciente de su líder, el cual ego, a estas alturas, ya no cabe en ningún transporte normal).

Desde el principio de la que será su meteórica carrera en unas instituciones de las que dice abominar, Pablo Iglesias se ha convertido en una especie de Carlos Boyero de la cosa pública, que lo mismo opina sobre la abdicación del monarca que de la cadencia que hay que darle a la cazuela para que el bacalao al pil pil salga con las condiciones óptimas de sabor. Allá donde haya una alcachofa –se llama alcachofa, en el argot, a los micros de los informadores- allá está Iglesias con una respuesta preparada, haciendo delicados equilibrios entre lo que, dentro del partido, se llaman “Los tuerkos” (por La Tuerka, un magazine de internet en donde Pablo Iglesias se curtió frente a las cámaras) y la facción más radical (y minoritaria) del partido, que tira hacia una izquierda que alejaría a Podemos de la posibilidad de ser el recambio del Partido Socialista. Como decía Sabina, “la guerra que se anuncia estallará, mañana lunes por la tarde; y tú en el cine sin saber quién es el malo mientras la ciudad se llena de árboles que arden y el cielo aprende a envejecer”.

Uno sospecha (y ahora que no le lee nadie lo deja aquí escrito) que Pablo Iglesias, en lo que en realidad es bueno, es en esos equilibrios entre los extremos. Entre la defensa de quien espera que le ataquen y el desafío del que cree que Dios habla con él todas las noches, entre la educación y cierto chuloplayismo del que siente que la Historia, como tupperware, ha llamado a su puerta.

Por el bien de todos, esperamos que Pablo Iglesias descubra pronto que los políticos que de verdad sirven al Pueblo son los que hablan como si quisieran asaltar el Palacio de Invierno pero actúan con la prudencia de una buena ama de casa que sabe que, si tiene dos y se gasta tres, pasarán hambre sus hijos.

De momento, la abdicación de Don Juan Carlos (tan parecida y tan distinta de la de su abuelo Don Alfonso, que condujo a la Segunda República) nos deja ante todo un mundo de interrogantes. Por ejemplo ¿Qué cara tendrá el nuevo rey en los euros? ¿Por qué peinado se decantará Letizia para ser inmortalizada en los sellos? (su suegra lleva el mismo cardado desde 1970 y Beatriz de Holanda ha estado maltratando la capa de ozono casi desde la cuna).

Sospecho que se avecina una época muy, pero que muy divertida.

Viena Directo

En la página de Facebook de Viena Directo -de la que pueden hacerse fans- se ha publicado hoy esta primera valoración que, por su interés, dejo a mis lectores

Hoy, pasadas las diez y media de la mañana, el Presidente del Gobierno, Sr. D. Mariano Rajoy Brey ha anunciado la intención del Rey Don Juan Carlos de abdicar en su hijo Don Felipe.
Mi primer pensamiento ha sido: “A Peñafiel le va a dar algo ¡Letizia reina de España!”. Mi segundo pensamiento ha sido: Por fin, por fin y por fin.
Detrás del incienso –obligado en estos casos- con el que el Presidente ha agradecido al monarca saliente los servicios prestados al país –que han sido muchos, obviamente- no podía dejar de traslucirse un gran alivio.
Se terminará sabiendo, pero es probable que la decisión se haya fraguado en los últimos dos meses y haya acabado de precipitarse debido al resultado de las elecciones europeas. El entorno inmediato de Don Juan Carlos habrá terminado de convencerle de lo que ya era evidente antes de que Pablo Iglesias diera la paliza: el régimen del 78 se muere y es hora de que otras mentalidades y otra generación asuman las riendas del país.
Muy sintomáticos de que algo se estaba preparando han sido los últimos viajes de Don Felipe a Cataluña. Viajes en los que ya ha actuado como el Rey, su padre, ya no podía (o ya no sabía) actuar. Se ha reunido con gente y, sobre todo, ha pulsado la opinión del dinero con respecto al (gran) problema independentista catalán.
Los retos que se abren ante el nuevo rey son de gran calado porque no es arriesgado decir que el país se encuentra ante un precipicio.
Ha sonado, si no la hora de la refundación, sí que la hora de someter a la maquinaria del Estado a un recauchutado parecido al que se le practicó en los setenta a la muerte del dictador.
España es hoy como esos negocios familiares en los que el fundador se resiste a dejar las riendas de la gestión diaria hasta que los beneficios empiezan a caer y el lobo de la ruina asoma las orejas.
¿Triunfará el rey Felipe VI en el empeño de conservar lo que en España merezca ser conservado? Solo el tiempo lo dirá.
A estas horas, solo hay una cosa clara: a Jaime Peñafiel, el archienemigo de la Reina Letizia, le va a dar un patatús.


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Una respuesta a «Don Juan Carlos abdica y ficha por Podemos»

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