El misterioso códice 2900 de la Biblioteca Nacional Austriaca

Tejado de oro en InnsbruckO la historia de un libro en el que no se sabe lo que pone y (peor) en el que es probable que nunca se sepa lo que pone.

1de Agosto.- Desde que alcanzamos una determinada edad de la vida, tener secretos y mantenerlos a buen recaudo se convierte en una de nuestras principales preocupaciones. Ya sea a nivel personal – las llaves de casa, la contraseña de nuestra cuenta de correo electrónico, el PIN de nuestra tarjeta de crédito o del móvil- o a nivel estatal –las identidades de los espías que se dedican a averiguar secretos, los trapos sucios de los dirigentes políticos, los datos que afectan a la seguridad nacional, etc-.

Con los secretos, pasa como con los virus de los ordenadores: inventado el antivirus definitivo, inventado el virus que consigue saltárselo, y viceversa.

Ahora, nuestros secretos están cifrados en las tripas de ordenadores más o menos “inhackeables” pero, cuando no los había, aquellos que tenían secretos y querían guardarlos tenían que estrujarse la materia gris para encontrar las maneras de esconderlos.

Uno de los inventores de claves secretas más prolíficos de la infancia de la Humanidad fue el emperador Maximiliano (1459-1519) el cual, no solo fue él mismo un escritor incansable con bastante talento literario además –con más mérito dado que, en su época, la mayoría de la gente no sabía hacer la o con un canuto- sino que, además, fue un apasionado de las escrituras secretas. Una de las muestras más evidentes de la afición de Maximiliano por las escrituras enrevesadas está en Innsbruck, en el llamado “Techo dorado”, que es un balcón que todos los turistas fotografían y en el que se puede ver 12 paneles con relieves que contienen otras tantas frases en una escritura que nadie hasta la fecha ha podido descifrar. Y eso que el escritor de novelas de misterio Reinhard Habeck lanzó un concurso para que, descifradores de todo el mundo, se pusieran a la tarea. Sin éxito hasta el momento.

Hobeck fue también el autor de un insólito hallazgo, porque el emperador Maximiliano no sólo era aficionado a los enigmas públicos, sino que también se dedicaba a esparcirlos por su vida privada. El bueno del emperador llevaba un diario en el que apuntaba sus impresiones, pero lo hacía en una escritura secreta inventada por él. Durante mucho tiempo, los diarios secretos del emperador se creyeron perdidos para siempre, pero tras una búsqueda incansable en archivos de Innsbruck, Graz y Viena, Habeck consiguió por fin localizarlos.

Se conservan cinco códices de puño y letra del emperador Maximiliano. Uno, está en el archivo estatal de Austria y los otros cuatro en la colección de autógrafos de la Biblioteca Nacional austriaca, en el Hofburg.

¿Y qué dicen los diarios secretos del emperador? Pues no se sabe. Según las hipótesis más fiables, el que adiestró a Maximiliano en los misterios de las escrituras secretas fue un tal Johannes Trithemius (1462-1516), en realidad Heiddenberg de Trittenheim, abad del convento de Sponheim, famoso experto en criptografía de su época. Pero el caso es que, tanto él como el emperador, se llevaron los secretos de su código a las respectivas tumbas.

Los cinco códices que se conservan están escritos en la lengua secreta, pero uno, el llamado Códice 2900 tiene también frases escritas en latín ¿Significa eso que podamos leer alguno de los trozos? Pues tampoco. El emperador, un viejo zorro de la criptografía, no solo utilizó caligrafía latina para encriptar sus pensamientos, sino abreviaturas y otros caracteres corrientes en la Europa de su tiempo, todo mezclado y todo a la vez, de manera que es probable que no se pueda saber nunca si Maximiliano confiaba al papel intrincados problemas políticos o hablaba de su ritmo intestinal.


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