La señora del castillo (tercera parte)

AzulejosPorque en el pasado hay de todo, y a veces sale también su lado más inquietante. Aunque quizá la actitud de la señora del castillo sea la más sabia ¿Quién sabe?

28 de Agosto.- El libro con las tapas de color turquesa quedó sobre una mesa baja, situada bajo un amplio ventanal que devolvía a la habitación a los tiempos de Enrique VIII.

Entretanto, mi amigo y la señora del castillo, charlaban animadamente. Habían descubierto que tenían conocidos más o menos comunes. Asimismo, mi amigo le contó que había personas, solo conocidas nuestras esta vez, que estarían encantadas de poder comprobar con sus propios ojos los progresos de la enconada batalla que la señora sostenía contra la ruina y el abandono de sus posesiones.

Particularmente, sonaba mucho en la conversación el nombre de un amigo, botánico amateur y escultor en bronce de no poco talento, el cual ha convertido su propia casa en una auténtica obra de arte que se enriquece y progresa con el paso de las estaciones, como si se tratara de una planta fascinante que solo fuera a parar de crecer y modificarse el último día de su existencia.

La señora se mostraba encantada de que, en algún sitio, existieran personas que compartieran con ella su pasión por la restauración de inmuebles que amenazaran con caerse a cachos y, quizá porque el vino de la tierra había dado ya para que la conversación se relajase mucho, cayeron los últimos velos de lo que podríamos llamar cierto fetichismo lítico y pudieron escucharse frases como esta:

El famoso patio barroco con su hermoso suelo de piedras blancas (se ve poco, pero está)
El famoso patio barroco con su hermoso suelo de piedras blancas (se ve poco, pero está)

El año pasado tuve unos obreros polacos que estuvieron ayudándome a desenterrar el suelo barroco del patio –aquí hay que decir que la señora nos había explicado que, con el paso de los siglos, el suelo del patio, del siglo XVIII, había sido sepultado bajo una capa de asfalto que había desfigurado totalmente su aspecto de playa prehistórica, llena de cantos rodados, blancos como la dentadura de un carnívoro extinto- ¡No te puedes imaginar lo que tuve que luchar con ellos! Si no hubiera estado atenta hubieran tirado todas las piedras. Me pasaba el día corriendo de un lado para otro ¡Esa piedra no! ¿Qué hacéis? ¡No tiréis esa piedra! Yo amo las piedras. Podría estar todo el día mirándolas ¿A ti te gustan las piedras?

Mi amigo, en un quiebro algo surrealista de la charla, contestó que no tenía nada contra los pedruscos pero que él, la verdad, donde estuviese una maceta de geranios que se quitase el fútbol (y los toros).

Eran ya más de las cinco de la tarde y la habitación se había ido llenando de una penumbra acuática que volvía irreales y borrosos los contornos de algunas cosas. De pronto, sin embargo, el viento movió un poco las ramas del sauce que había frente al ventanal, y penetraron en la habitación dos fogonazos de un sol dorado que parecía sacado de una estampa japonesa.

Se estrelló la luz contra dos objetos en los que yo no había reparado hasta entonces.Patio2

Uno, era una daga antigua, de la época del nacionalsocialismo, que reposaba, verticalmente, la punta aguda introducida en un agujero de la barra del bar. Dudé antes de cogerla, y solo lo hice porque la dueña, que se había dado cuenta del viaje de mi mirada, me animó a hacerlo.

Era un objeto agradablemente pesado, de diseño práctico y exacto. El mango era de una madera suavísima de roble y la mano se enroscaba a su alrededor como alrededor de un guijarro recogido de una playa. La daga estaba casi en perfecto estado y el diseño art decó, particularmente los detalles de acero pulido de la empuñadura, resaltaban en toda su bella y terrible sencillez. Solo el mango tenía una muesca y las esvásticas habían sido destruidas conforme a la ley alemana pero, por lo demás, el puñal se conservaba tan flamante como cuando el SA que había sido su primer propietario lo había recibido en 1933 (investigando por internet me he enterado de que los fabricaba la firma Wilhelm Kobel & Co).

Uno de los Rottweiler gruñó a mis pies. La señora dijo:

-La mano se adapta perfectamente a la empuñaduraun escalofrío me recorrió la espalda mientras comprobaba que, en efecto, era así; no era un cuchillo como para cortar fuet precisamente, sino un arma mortífera, pensada para desgarrar la piel y hundirse en un cuerpo humano. Tranquila, sin fijarse aparentemente en el lema en letra gótica grabado en la hoja, dijo la señora: yo la utilizo para cortar las tartas de cumpleaños. Tiene el tamaño perfecto.

Yo sostuve un momento la daga sobre las palmas de las manos, como antes había sostenido el estereoscopio, como Winston Smith había sopesado el pisapapeles de vidrio que había comprado en el anticuario que solo tenía un par de chucherías en su tienda. Después, volví a introducir la punta en el agujero de donde la había sacado.

 Matilde

La vuelta de Zona de Descarga está siendo un éxito !Nos lo quitan de las manos, señora! ¿No quiere usted escuchar la última edición? Corra, antes de que llegue la próxima y se le acumule el trabajo 🙂

 

 


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Comentarios

2 respuestas a «La señora del castillo (tercera parte)»

  1. Avatar de Ana
    Ana

    ¡Uffff! A mí creo que se me atragantarían las tartas de cumpleaños cortadas con esa daga que a saber a cuántas personas mató o hirió…

  2. Avatar de Adriana
    Adriana

    Espero que haya una cuarta e incluso quinta parte!! Me he quedado prendada de la historia y sobre todo de cómo la cuentas. Qué delicia!!

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