Cuidado con el perro

PeriodistasLa crisis provocada por la paciente española enferma de ébola ha desencadenado un proceso típico de nuestro tiempo.

9 de Octubre.- Desde, pongamos, la implantación en España de las televisiones privadas y la intención de estas empresas de diferenciarse de “la pública”, se extendió por España una manera de hacer “información” que no era, en modo alguno, original porque venía de los telediarios americanos.

Se trataba de huir del clásico busto parlante que, a muchos, les olía a naftalina y a abrigo de vieja, y de hacer eso tan enigmático que se llamó “sacar las noticias a la calle” (como si no tuviera que ser al revés, digo yo: que las noticias llegasen a las redacciones). Como resultado de esto, todos los días se seleccionaba un tema de interés, una idea-fuerza que llevase el peso del informativo y, con las mismas, se mandaba a la calle a lo que, en el argot, se conoce como “alcachofero” (una persona con un micro) y a un cámara, para que recogiesen las opiniones del pueblo soberano sobre el tema del que se tratase. Si caía mucha nieve, pues señora, qué le parece a usted que nieve tanto este año. Si la bolsa se hundía y el banco americano Fanny Mae quebraba, pues dígame usted, mientras espera el turno de la pescadería, qué le parece a usted que estos bancos americanos nos hagan la jodienda ¿Adquiriría usted productos financieros de riesgo, como las Hipotecas Sub Prime? Si caían las torres gemelas, o si los talibanes decidían pasarse Kandahar por el forro del alfanje, pues lo mismo. Si había algún hijo de mala madre que mataba a alguna muchacha en una noche de éxtasis, condón pinchado y luces progresivas, pues que el mejor “colgao”. Y “asín”, como dijo el tertuliano, sucesivamente.

Como resultado, a la famosa trilogía de profesiones que cualquier español se siente capacitado para ejercer (a saber: presidente del Gobierno, seleccionador nacional de fúrgol y director general de Televisión Española) se le unieron las más variadas ocupaciones (y no es de extrañar: cualquiera sabía en qué momento un alcachofero te iba a abordar en mitad de la Puerta del Sol o, peor, de la Plaza Mayor, mientras te estabas comiendo un “relaxing bocadillo de chistorra” para preguntarte sobre cualquiera sabe qué tema).

El español, como cualquier tertuliano de guardia, se acostumbró a hablar sobre cualquier tema, sin importar demasiado que no tuviése ni la más mínima idea de él. Y se pensó que así ganaba la democracia en salud, el pueblo en voz y las instituciones en eficacia (por no hablar de que las teles se hicieron más entretenidas).

Como resultado se perdió esa humildad que antes distinguía a los tontos de los listos (los listos, naturalmente, eran aquellos que, reconociendo sus límites, decían aquello de “mire usted, yo de esto no opino, principalmente para no hacer el ridi”). O sea, que se convirtió la población en un inmenso rebaño de borregos que, a nada que les tocan las palmas, balan (o rebuznan).

Entre antes de ayer y hoy, España (y el Facebook, líbranos Señor) se ha llenado de epidemiólogos, de expertos en medidas de protección contra virus mortales, se ha llenado de veterinarios (¿Matamos al perro o no lo matamos? ¡Sí! ¡No! ¡Animalito inocente, que no tiene culpa! ¿Me vas a decir ahora que si mi perro le huele el culo, también conocido como ano, a otro can infectado con ébola y luego dicho perro viene a mi casa, no me contagio?), se han llenado “las redes sociales” de Ministros de Sanidad “in péctore” (o sea, que ellos llevan en el corazón la certeza de que podrían ser mejores ministros que la señora Mato, aunque mejor que la señora Mato, y más con ese apellido, casi que cualquiera).

El país bulle de gente que daría los cursillos de protección mejor que nadie, de gente que cosería al biés los monos de protección o que les haría un bordado con bodoque, de personas que meterían a todos los que han estado en contacto con la afectada –la pobre- en un cerco hecho con alambre de espinos, les rociarían con gasolina y luego tirarían una cerilla para dejarles flambeados (que ya se sabe que el fuego es lo que más purifica). Hierven los mentideros, digitales y analógicos, de gente que unen a una cerrada incultura general potenciada por los medios de comunicación de masas, la audacia que tienen todos los imbéciles a la hora de abrir la boca.

En Austria también hay bobos –no hay más que ver cualquier película de Ulrich Seidl, a ver si mañana tengo sitio y hablo de In Keller, que es deliciosa y merece post- pero también hay que reconocer que los informativos siguen siendo eso: informativos. Que estando Armin Wolf en un plató, solo abren la boca expertos que, como poco, hayan hecho una tesis doctoral sobre el tema de que se trate y que, aún, quién sabe después de las próximas elecciones, se considera que poner una cámara en el Graben y preguntarle a la gente sobre, un poner, el nanomicroscopio, es una gilipollez porque las opiniones de la gente normal, como usted y como yo, sobre ese tema, CARECEN DE INTERÉS. No son más que ruido. Y el ruido, señora, lo único que hace es estorbar.

NOTA: Por cierto, para tener una opinión algo autorizada sobre el tema, aquellos de mis lectores que hablen alemán, pueden leerse este artículo del Standard, que lo explica todo muy bien explicadito.


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