Hoy se cumple en Viena un aniversario siniestro. Estemos todos en guardia para que no se vuelva a repetir.
20 de Octubre.- Enfrente de la Universidad de Viena, en la majestuosa Ringstrasse, se levanta un palacio que, hoy en día, es la sede de Casinos Austria.
El edificio fue adquirido por el Estado austriaco a principios de la década de los cincuenta del siglo pasado. Una gran parte de los miles de personas que pasan por delante todos los días, o que se obstruyen las arterias con las hamburguesas que sirve un restaurante de comida rápida que está en sus bajos comerciales, seguramente ignora que el edificio, de estilo historicista, fue levantado para alojar a una rama de la acaudalada familia Ephrussi, banqueros judíos procedentes de la ciudad ucraniana de Odessa.
Mientras habitaron el palacio, hasta finales de los años 30, los Ephrussi fueron los representantes de una cierta idea de estar ante el mundo. De práctica religiosa bastante tibia, partidarios de la separación de la religión y el Estado, sofisticados, elegantes, un poco decadentes y, sobre todo, amantes de la alta cultura y de todo lo que el saber humano puede ofrecer.
Cuando Hitler se anexionó Austria, todo cambió y los Ephrussi iniciaron una diáspora que dejó el palacio a un jerarca nazi pero que, sobre todo, terminó para siempre con el prodigioso matrimonio entre el dinero de la familia Ephrussi y las artes que se había prolongado desde los albores de la Belle Epoque.
La historia de los Ephrussi, contada por uno de ellos, se puede leer en el que mientras tanto se ha convertido en un discreto fenómeno editorial (“La liebre con los ojos de ámbar”, publicado en español por la editorial Acantilado). Yo, recibí el libro en español de un amigo, como regalo; y, quizá por cierto ánimo de cerrar el círculo, he comprado varios ejemplares en alemán, para regalar, en la librería que, lo mismo que el restaurante de comida rápida, ocupa uno de los locales que forman hoy en día los bajos del antiguo Palais Ephrussi.
Tal día como hoy se cumple en Viena un aniversario siniestro. El 20 de octubre de 1939 empezaron las primeras deportaciones de judíos efectuadas por los nazis. No fue solamente el principio de una cadena de crímenes que se prolongó hasta 1945, sino una enorme pérdida para la propia ciudad y aún para el mundo.
La floreciente comunidad judía, que había sido el alma de la cultura austriaca de los últimos años de la monarquía y la primera república austriaca, cuyos mecenas, siempre atentos a las últimas novedades que pudieran añadir prestigio al prestigio que ya poseían, habían dado a la Humanidad el psicoanálisis o las más audaces obras literarias, quedó reducida prácticamente a la nada. Viena se convirtió, a consecuencia de la política racista del llamado tercer Reich, en una ciudad oscura, provinciana, que tardaría décadas en recobrar el esplendor que la había caracterizado durante el reinado del emperador Francisco José.
Fue la típica venganza que, en todas las épocas, protagonizan los mediocres contra aquellos de sus contemporáneos que son más inteligentes o más sensibles. Es un impulso de la Humanidad que, una vez estalla, se controla, pero que no se extingue, que permanece latente. También en nuestra época. Por eso hay que estar en guardia contra cualquier forma de discriminación o de persecución. Siempre.
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