Hay medidas de defensa personal que son tan válidas en Viena como en cualquier otro lugar.
29 de Octubre.- Querida Ainara (*) : uno de mis libros favoritos es Sinuhé el Egipcio, de Mika Waltari. Es una obra que, desde su publicación, no ha gozado quizá del reconocimiento público que debería, quizá porque creo que la mancha el único pecado que ciertos críticos no pueden perdonar: un arrollador éxito de público. No conozco el Sinuhé original –no sé finés, así que solo he podido leer traducciones- pero creo que es un libro que contiene multitud de verdades de esas que te valen en España, en Austria o donde quiera que estés. Una es esta (cito solo el sentido del párrafo): dice Sinuhé que no sirve ayudar de nada a las personas, porque el hombre se sumerge en la desgracia como se sumerge en el agua de un río, su situación de necesidad tarda en olvidársele lo mismo que tarda en secársele el agua. Y con la desgracia, se le olvida también aquel que le ha ayudado.
Con el tiempo, Ainara, yo he aprendido a desconfiar de las personas que no son felices y, aún te diría más, he aprendido a apartarme de ellas. No me entiendas mal. Todos podemos ser objeto alguna vez de los golpes del destino (muchas personas, incluso más de una vez) pero hay un determinado tipo de persona que es infeliz siempre, que siempre está triste, que siempre está insatisfecha, que siempre está quejosa de su suerte o de la buena suerte de los otros. Y de esas personas, Ainara, hay que huir como de la peste. Lo antes posible.
Primero de todo, por lo que insinúa Sinuhé. Las personas que son permanentemente desgraciadas son jodidamente egoistas (y perdón por el advervio, pero es que lo pienso así). Su manera de funcionar en el mundo es pensar: “Con lo que yo estoy pasando y lo fastidiado que yo estoy, no voy a pensar en los otros ¡Faltaría más! Primero yo, y luego, que se hunda el mundo. Y si hay tiempo antes de que se hunda el mundo, pues ya vemos lo que hacemos”.
Además, Ainara, aunque ellos digan que te quieren (al fin y al cabo te necesitan para que seas su paño de lágrimas) les fastidiará mucho todo lo bueno que te pase y, aunque finjan alegrarse, no podrán permitir que la ocasión pase sin un comentario sarcástico, sin una pulla con la que te estarán diciendo “Desde luego qué injusta es la vida. Lo que hay que ver: tú tan feliz y yo, que me lo merezco mucho más, aquí pasando penas”.
Trata siempre de rodearte de personas felices, Ainara. No histéricamente felices, pero sí que estén a bien consigo mismas, que estén serenas, que no necesiten nada. Son como los ricos de toda la vida. Esos, al haber gozado toda su vida de las ventajas del dinero, no son cicateros, no le dan importancia. Con la felicidad pasa igual. El hombre feliz es naturalmente generoso, porque tiene todo lo que necesita y no le importa que tú tengas lo que quieras.
Besos de tu tío
(*)Ainara es la sobrina del autor
Deja una respuesta