Fuentes de conocimiento

actoresEl post de hoy es una toma de postura: decidida, además. La cultura es una herramienta cargada de futuro.

3 de Diciembre.- Querida Ainara (*): cuando yo era pequeño, o sea, en mis primeros veinte, viví la gratísima experiencia de ser un autor teatral que, al mismo tiempo, representaba alguno de sus textos (otros, los representaba otra gente, lo cual también es una gratísima experiencia, pero de otro tipo).

En fin: en una de estas, representamos una de mis cosas en un festival de una ciudad del norte de España (estábamos en los tiempos en los que aún jugábamos en la championslig y había pasta para eso). En estos sitios, naturalmente, se conoce a gente muy rara (en general, aunque lo disimulemos, los escritores somos gente que, por alguna razón, no terminamos de encajar con el mundo que nos ha tocado vivir y es bueno que así sea, porque de ese disconfort sale la mayoría de las cosas que escribimos).

En aquel festival, aparte de uno de mis textos, se presentaba una compañía que “llevba” una obra del teatro del absurdo, creo que también escrita por ellos, aunque no te lo puedo asegurar. Quizá fuese de Fernando Arrabal. El grupo tenía, claramente, la estructura de una secta. Iban de uniforme y, al mando, estaba un tipo con la cabeza afeitada y aire despótico de revolucionario estalinista, el cual trataba a todos los miembros de su compañía como si estuvieran muy por debajo de él en sapiencia (por lo menos teatral) y no le llegaran ni a la suela de las botas Doctor Martens.

Se estilaba entonces –no sé ahora- que todos los grupos asistieran a las representaciones de todos (por lo menos nosotros lo hacíamos, y de esta manera teníamos una ración de truños asegurada) de modo que ellos, con su estalinista al frente, vieron mi texto (que les debió de producir arcadas) y nosotros vimos el suyo, que nos produjo diarrea (correlato, por cierto, de la diarrea mental que tenía el que había dirigido aquello, por cierto). Después de la obra, hubo un pequeño coloquio (yo soy poco partidario de discutir sobre las obras artísticas, porque tengo para mí que la apreciación que nos produce un libro, un cuadro o una obra de teatro es tan personal que resulta incomunicable). Pero bueno: se dijeron las vaguedades de rigor, un señor de aspecto funcionarial presentó a la compañía y se les cedió la palabra. Se hizo un silencio que, como sucede en estos casos, nadie se atreve a romper. Yo, en mi calidad de colega consciente de lo vulnerable que es uno en esas ocasiones, me animé y les pregunté qué habían querido decir con su montaje. El tipo calvo tomó la palabra, me miró desafiante y dijo:

-Nada.

Después, dejó el micro y se marchó (él primero, luego le siguieron disciplinadamente sus acólitos).

A mí aquello no me entraba en la cabeza (no que se fueran, claro, que entraba dentro de toa lógica, sino su postura artística). Sigue sin entrarme. Soy un firme partidario de los contenidos culturales que sirven como medio de conocimiento. Ojo, no me refiero solamente a adquirir información, sino a conseguir herramientas que nos sirvan para aprehender el mundo y transformar la percepción que tenemos de él.

Hace algún tiempo, hablé en este blog de la serie danesa Borgen, que ejemplifica exactamente a lo que me refiero. Borgen, no solo es un producto redondo, prácticamente perfecto, de televisión de entretenimiento, sino que enseña de una manera despiadada a veces cómo funciona el mundo de la política, a través de enseñar todas las caras de un sistema que no es cerrado, el de los políticos, sino que interactúa con otros (la prensa, la banca, los medios empresariales). De manera que, cuando terminas de ver cada capítulo y abres el periódico o te pones a ver unos informativos, es inevitable que tu percepción se vea condicionada y enriquecida por lo que has visto. Borgen, con cada capítulo, hace más por la democracia que cincuenta debates parlamentarios, porque, aunque es un producto pensado para entretener, también forma.

(La pregunta es, claro, qué pasaría si, en España, se hiciera una serie así; supongo que tendríamos que ser todos nórdicos para que no terminara en una guerra civil).

Besos de tu tío,

(*)Ainara es la sobrina del autor


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