Obscenidad alimentaria

FruteroAyer di en la televisión con un programa que me resultó perturbador porque despertó recuerdos de mi infancia. Se trataba de Austria, pero hubiera podido también referirse a España

10 de Diciembre.- Querida Ainara (*) : ayer, mientras estaba procesando unas fotos, me puse la televisión para estar un poco acompañado y di con un programa que me resultó completamente perturbador, porque despertó en mí recuerdos de mi infancia. El programa trataba sobre el cambio que se ha dado en la civilización europea (bueno, se circunscribía a Austria, pero lo que decían podría ser aplicable a España también) de unos años, pongamos veinte, a esta parte. Además, en un área fundamental para todos nosotros: la comida.

El programa de la segunda parte de la ORF analizaba cómo nuestra relación con los alimentos ha cambiado en las últimas dos décadas, desde que las grandes superficies nos han situado, inconscientemente, en el espejismo de vivir en un mundo en el que ningún alimento se acaba nunca y en donde todas las cosas están disponibles todo el año, y las terribles consecuencias que eso ha tenido para nosotros, la principal de las cuales es el enorme, el obsceno desperdicio de alimentos que se hacen; y el pornográfico consumo de energía que hace falta para mantener esta ficción.

Cuando yo era pequeño, y no hace tanto, yo recuerdo que tu abuela hablaba con las chicas de la panadería (la panadería Montes, ya desaparecida) para que le guardase tres pistolas de pan todos los días –nosotros, como buena gente del Mediterráneo, somos muy panaderos-; y esto se hacía porque en la panificadora hacían una cantidad determinada de pan, y cuando se terminaba, pues se había terminado. De este modo sucedía que, mediante las reservas, el panadero se hacía una idea de lo que tendría que comprar y de la cantidad de barras de pan que tenía que producir para no desperdiciar –en Montes lo hacían, claro, para no perder dinero, pero también pasaba que, siguiendo esta sabia noción, no se tiraba materia prima-. O recordé también cuando, siendo más pequeño de lo que tú eres ahora, iba de la mano de tu bisabuela a comprar a una verdulería en donde cada pimiento era diferente del otro, en donde no solo se vendían las verduras “bonitas” sino también aquellas que tenían una picadura, o un golpe, o los tomates que, como los de mi huerto en Burgenland, tenían algún agujero hecho por algún bicho. Se le quitaba la parte mala al tomate (se le quita hoy aún) y hale, a la ensalada. Y hablando de tomates: en mi infancia, siendo yo chico, los tomates y los pepinos eran hortalizas de verano y para mí, aún hoy, es extraño comer sandía en invierno. En casa de tus abuelos, solo se podía hacer gazpacho (de manera muy lógica) cuando apretaba el calor). Hoy en día, podría hacer gazpacho hasta hoy, porque los tomates vienen cada mañana de Israel o las frutas de Sudamérica. Nadie dice que los tomates sepan como los que compraba tu abuela a una señora de la Calle Mayor de San Sebastián de los Reyes, pero disponibles están.

Un señor, en el reportaje, tuvo el cuajo de afirmar que su industria producía muy pocos desperdicios al año porque, en su fábrica de clasificar zanahorias solo se tiraban al año diez tráilers de zanahorias ¡Diez tráilers, Ainara! ¿Sabes la cantidad de kilos de zanahorias que eso representa? Yo no daba crédito. En la fábrica de este hombre, se dedican a clasificar las zanahorias por grosor, por peso y por forma, de manera que las que son demasiado grandes, o demasiado pequeñas o no responden al prototipo de “zanahoria ideal” son desechadas. Las zanahorias son sanas y nutritivas, prácticamente no se estropean y están ricas de muchas maneras ¿Cómo podemos permitirnos una civilización que desperdicie tanto tiempo y energía en producir cosas que luego, sencillamente, se tiran sin el menor remordimiento?

¿Y sabes lo peor? El sistema de los centros comerciales, el siempre todo recién producido a todas horas disponible, nos ha maleducado a los consumidores de manera que perdamos la conexión entre el alimento y el trabajo que cuesta producirlo, y estemos habituados a un estado artificial –e insostenible- de cosas. En Austria, hay una cadena de panaderías que dona el pan que no se vende a comedores sociales. Una de las monjas encargadas de recoger todos los días un pan que se consume al día siguiente y que es perfectamente comestible, decía que incluso las personas que pasan necesidad y a quienes va destinado ese pan, se quejan y demandan, exigen pan hecho en el día.

¿Hasta cuándo podremos permitirnos este estado de cosas? ¿Qué tendrá que suceder para que empecemos a recuperar una relación sensata e inteligente con los alimentos?

Besos de tu tío

(*)Ainara es la sobrina del autor


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Comentarios

Una respuesta a «Obscenidad alimentaria»

  1. Avatar de Jose
    Jose

    En la línea del post, una excelente iniciativa en Francia:

    http://www.ecoavant.com/es/notices/2014/09/las-feas-tambien-estan-buenas-2139.php

    Saludos

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