El café Prückel de Viena pierde un cliente

BesoY además, de la manera más tonta. Verán mis lectores por qué.

11 de Enero.- De entre todos los cafés vieneses, uno de los más concurridos y, desde mi punto de vista, uno de los más fotogénicos, es el café Prückel. Sus puertas se abren a una plaza que está dedicada a uno de los peores pájaros que ha gobernado esta ciudad, Karl Lueger, apodado “Karl el hermoso”. Baste decir para justificar mis palabras que el mal bicho este fue el alcalde favorito de Hitler, pero la de Lueger es otra historia que contaré en otro momento.

He estado en el Café Prückl un par de veces, siempre con amigos, por ejemplo, con el amigo que es el artífice de que este blog esté accesible para todos sus lectores y funcione, desde el punto de vista técnico, de manera impecable. He pasado muy buenos ratos en el Prückl pero, a no ser que cambie de propiedad o que la que tiene ahora pida disculpas públicamente, me parece que han perdido un cliente.

Y creo que no voy a ser el único.

En estos días pasados, una pareja de chicas lesbianas se había citado en el café Prückl, como tantos otros vieneses, a tomarse algo y a hablar de sus cosas. Sus propósitos no pasarían, supongo, de lo que suelen ser todas estas citas de enamorados. Más que nada poner la tentación a una distancia cómoda como para caer en ella. O quizá querían hablar de lo que habían hecho en navidades, o contar chismes inofensivos sobre sus amigos. Quizá, quién sabe, estaban discutiendo la logística de mudarse a un piso en común y fundar una familia. Quién sabe.

Como suele suceder, como nos sucede a todos, una llegó a la cita antes que la otra. Cuando avistó a su pareja, probablemente se levantó, para indicarle la mesa en la que estaba. Una mujer se acercó a la otra y se besaron. Inmediatamente, el camarero se acercó y las reconvino por su actitud, pidiéndoles que “se comportaran” (!!!) como las mujeres, probablemente picadas, insistieron en su actitud, y se dieron otro beso, las expulsaron del local, lo cual motivó que las mujeres interpusieran una queja.

Interrogada a propósito del tema, la jefa del Prückel, Sra. Sedlar, la cual, por cierto, no estaba en el local en el momento de los hechos, respalda completamente la actitud del camarero, su empleado. Dice “no querer esas cosas en su local” (!!!) y se pregunta por qué las dos mujeres sienten la necesidad de demostrar públicamente que forman una pareja (a la vista de esta afirmación, es de temer que, de existir un Sr. Sedlar,su vida amorosa debe de ser un largo vaso de leche tibia). Asimismo, la Sra. Sedlar ha declarado que el camarero hizo lo que hizo porque sabía “que a ella no le gustaban esas cosas”.

Sobre esta noticia y sobre los usos amorosos austriacos en general, quisiera decir algunas cosas. Solo apuntarlas y que luego mis lectores saquen las conclusiones que quieran.

Primera, una de las cosas que llama la atención del extranjero cuando camina por estas calles es que los austriacos, particularmente la gente de edad, tienen una actitud entre intolerante y despectiva hacia las manifestaciones amorosas públicas. De la naturaleza que sea. En el metro de Viena, por ejemplo, no se ven apenas parejas besarse. Se considera, por lo visto, una vulgaridad o una falta de educación.

Naturalmente, cuando las parejas que se demuestran cariño en público son heterosexuales, la gente arruga la nariz pero no dice nada pero cuando la pareja está compuesta de dos personas del mismo sexo, hay gente que no puede evitar reconvenirles en público su actitud, lo mismo que hizo el fiel empleado de la Sra. Sedlar. Yo mismo he presenciado varios casos en los que probos ciudadanos le han dicho a parejas de chicos (eran siempre chicos) que si tenían que hacer aquello delante de los niños. “Aquello”, por cierto, no era ni siquiera un beso, sino los gestos normales de dos personas que comparten el cuarto de baño cada mañana.

También me gustaría reseñar que los comentarios de los lectores de los periódicos digitales en los que se ha dado esta noticia han ido más en la dirección restrictiva que en la de dejar que cada uno haga con su pareja lo que quiera. Lo cual apunta al hecho de lo establecido que está el tabú, como decía más arriba.

A mí, en cambio, me parece una vergüenza que cosas así puedan pasar en la Viena de este siglo XXI (o sea, me parecen una vergüenza en cualquier otra parte del mundo überhaupt) por lo cual, dado que el Café Prückel hace uso de su derecho de admisión yo, como no comparte mis valores de tolerancia, hago uso de mi derecho de tomarme mis cafés en sitios en donde todo el mundo pueda ir relajadamente.


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Comentarios

5 respuestas a «El café Prückel de Viena pierde un cliente»

  1. Avatar de Berto
    Berto

    Estaría bien que la gente se movilizara como lo han hecho en Madrid en el “Burrikin” de la plaza de los cubos por una situación parecida que obligó a la empresa a pedir disculpas o, la aún más divertida, la quedada de “palomos cojos” del Gran Wyoming tras los comentarios homófobos del alcalde de Badajoz aunque, me temo que estos son sólo casos “Made In Spain”, que cosas buenas también tenemos…

  2. Avatar de Mmmmkk.
    Mmmmkk.

    Anda. Yo sí que veo parejas besarse en el metro de vez en cuando. No había notado una disminución de intrcabio de saliva tras venir aquí, aunque puede que influya que en el País Vasco no es tan normal.

    Ahora seguro que me fijo más.

  3. Avatar de Charls
    Charls

    Anda, y pensaba yo que estas cosas solo pasaban en ciudades muy castizas como Sevilla. Hace unos pocos años, fue noticia que una pareja homosexual fue expulsada de un bar sevillano después de besarse. El camarero, lo relataba delante de las cámaras con una mezcla de indignación y desparpajo estaban hasiendo cosas deshonetah

  4. […] e ídolo de Adolf Hitler, de manera que podríamos considerarle una especie de “protonazi” (es la que está delante del café Prückl). Desde hace tiempo, mucha gente intenta cambiarle el nombre a la plaza, pero Karl Lueger era, a su […]

  5. […] diseñó un arquitecto llamado Haerdtl, autor también, por ejemplo, del aspecto que el café Prückl luce en la actualidad, el cual (el arquitecto, no el café Prückl, claro), después de quedar cuarto en el concurso […]

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