Hedwig Bleibtreu: nadar y guardar la ropa

MichaelerplatzFue una de las actrices más famosas de su tiempo, pero el mundo solo la recuerda por los tres minutos más deliciosos de la historia del cine mundial.

27 de Enero.- Una de las medidas que da la magnitud del desastre que supuso para Viena el colapso del imperio es que, desde entonces, la ciudad no ha vuelto a recuperar los niveles de población que tenía a principios del siglo XX (aunque quizá, casi sea mejor así, porque una de las grandes ventajas de vivir en Viena estriba, pienso yo, en que tiene el tamaño perfecto para no echar de menos nada y ser, al mismo tiempo, una gran ciudad con todos los servicios necesarios).

La ciudad de Harry Lime

Cuando se rodó El Tercer Hombre, en 1948, Viena era una ciudad renegrida, oscura, provinciana, destruida por los bombardeos, que nada tiene que ver con la espléndida metrópoli que es hoy. Cuando uno ve la película más de una vez, resulta muy curioso jugar a identificar los lugares y a compararlos con su estado actual y, aún más divertido, resulta ver cómo, en muchas conversaciones, la magia del cine permite que un plano esté rodado en un lugar de la ciudad, la plaza de San Miguel, por ejemplo, y otro esté a tres calles de allí.

Curiosamente, los dos actores austriacos que “representan” a Viena en la película, Paul Hörbiger y quien nos ocupa hoy, Hedwig Bleibtreu, tuvieron una relación con el nazismo muy ambígua y se dejaron querer por los de la cruz gamada. Y curiosamente también, tanto Paul Hörbiger como Hedwig Belibtreu, a pesar de haber actuado para los nazis frecuentemente y ser miembros prominentes del starsystem nacional-socialista, parece que no tuvieron demasiados problemas para cruzar las aduanas de la posguerra. Antes de ser el portero de la casa de Harry Lime, Paul Hörbiger había hecho muchas películas en las que colaboró al esfuerzo de propaganda de guerra nazi (una muy divertida, si es que divertido es el adjetivo correcto, con Zarah Leander). Hedwig Bleibtreu, por su parte, antes de encarnar al arquetipo de señora vienesa gruñona, había sido nombrada por Hitler una de las “artistas insustituibles” del Reich y llegaría a poder celebrar su sexagésimo aniversario como miembro de la distinguida compañía del Burgteather vienés, con fama de ser una de las más grandes divas de la tragedia en lengua alemana.

Pero no adelantemos acontecimientos.

Hedwig Bleibtreu: la mujer que siempre permanecía a flote

Hedwig Belibtreu, hermana de Maximiliane, tía bisabuela de Mauritz Belibtreu, tía abuela de Monica Bleibtreu, nació en Linz,el 23 de Diciembre de 1868. Debutó a los cuatro años en el Teather An Der Wien con un juguete cómico de Ferdinand Raimund (ese señor que es tan familiar para los habitantes de Viena porque su estatua, en la que la musa Talía le dicta, está colocada frente al Volksteather).

Tras labrarse una reputación por los escenarios principales de habla alemana de su tiempo, Hedwig Bleibtreu se incorporó en 1893 al elenco del Burgteather (entonces aún Hofteather) en donde se especializó, como dije más arriba, en papeles trágicos. Aunque como Hedwig lo mismo planchaba un huevo que freía una corbata, también fue muy famosa como recitadora –una especie de Nati Mistral vienesa- y grabó numerosos discos en los que daba la chapa con sus poemas.

A pesar de que, sobre todo al principio, era un campo artístico que no gozaba de gran consideración entre los actores, Hedwig Bleibtreu no le hizo ascos al cine y tuvo una larga carrera en el mundo del celuloide, cuyos hitos principales fueron una comedia (tontaina, pero de gran éxito) con Heinz Rühmann, que se llamó 13 Sillas. También desempeñó un papel prominente en el film de propaganda nazi Wunschkonzert y, naturalmente, desempeñó un papel pequeño, pero absolutamente delicioso, en El Tercer Hombre. Un papel que solo se saborea de verdad cuando uno puede gustar el sabor del dialecto vienés. La señora está apenas tres minutos en pantalla, pero le roba el plano a todos los que tiene cerca.

Hedwig Bleibtreu estuvo casada tres veces, pero no dejó hijos y está enterrada en el cementerio de Plötzleindorf en el distrito 18.


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Una respuesta a «Hedwig Bleibtreu: nadar y guardar la ropa»

  1. Avatar de Uno que comparte vocación
    Uno que comparte vocación

    Der dritte Mann: ¡una joya del séptimo arte, Herr Bernal!; además uno de mis temas favoritos. Rodaron la película durante los últimos meses de 1948 a un ritmo vertiginoso porque las autoridades— ¿puedo denominarlo así?— de ocupación sólo concedieron un permiso de tres meses para que Carol Reed rodara la película, un plazo que obligó al equipo a rodar de 08:00 horas a 17:00. Carol Reed entendió que el término concedido era escaso y decidió rodar durante cinco semanas en Wien todos los planos en los que la ciudad era un personaje más de la película (me encanta que una ciudad se convierta en personaje: ¿sería diferente El tercer hombre en otra ciudad?; sería algo…distinto, estoy seguro, sólo el comienzo nos ayuda a comprenderlo). Ello le obligó a rodar muchas de las escenas en los estudios Isleworth y Shepperton, en Inglaterra; un lugar en el que recrearon, por ejemplo, las cloacas de Wien, o al menos una parte de ellas. Fíjate en un detalle cuando acudas los viernes al Burg Kino (la próxima estás invitado) para ver El tercer hombre: los actores están en una cloaca en invierno pero de sus bocas no surge vaho; son escenas rodadas en estudio, aunque otras lo son bajo lo que en la actualidad es el Esperantopark o la Karlsplatz. La genialidad que rezuma esa película está en la improvisación que brota de la genialidad, del talento que parece improvisado pero que en realidad es innato. De todas formas, estimado colega, todo fue un caos: los protagonistas no estaban elegidos (barajaron varios: Cary Grant como Holly Martins y Noel Coward en el papel de Harry Lime; James Stewart como Martins y Robert Mitchum como Lime); nadie sabía quién compondría la banda sonora; el guión no estaba ni escrito…Los actores antes mencionados estaban vinculados a otros estudios por contrato, un compromiso que obligó a Korda y Selznick (los productores) a descartarlos. En cambio, Orson Welles estaba libre, aunque intentó imponer unas condiciones draconianas: 100.000 dólares y porcentaje de taquilla. Sólo cobró los cien mil pavos porque le interesaba formar parte de esa película, de hecho el diálogo al pie de la Riesenrad lo escribió él; ya sabes: “ In den 30 Jahren unter den Borgias hat es nur Krieg, Terror, Mord und Blut gegeben. Aber dafür haben wir Michelangelo, Leonardo da Vinci und die Renaissance. In der Schweiz herrscht brüderliche Liebe, 500 Jahre Demokratie und Friede. Und was haben wir davon? Die Kuckucksuhr”.
    ¡Magistral, Herr Bernal!
    Lo del guión es aun mejor, aunque no tanto como lo de la banda sonora; pero no adelantemos acontecimientos. Graham Greene llegó a Wien en febrero de 1948 sin tener ni puta idea de qué guión escribir (no olvides que el plazo de rodaje estaba concedido para finales de ese año). Una noche, mientras despachaba la prensa del día en el Hotel Sacher al tiempo que demostraba su solvencia con la bebida, leyó una noticia sobre el tráfico de penicilina: de ahí surgió la idea. Tú y yo, que somos escritores, sabemos que de una chispa brotará una hoguera. Algo parecido sintió Herr Greene ya que quemó muchas tardes en el salón azul del Sacher para concluir un guión que me parece maravilloso, con unos diálogos que alcanzan la categoría de…encaje de bolillos. Respecto a la banda sonora no es que rocemos la hostia, es que nos la estampan en la frente o en el mentón; además con mala leche, aunque no debemos olvidar que la mala leche también nutre: la banda sonora de Anton Karas es la mejor demostración.
    Reed y Greene visitaban varios Heuriger (tabernas de vino vienesas) para conversar sobre el guión. En uno de ellos encontraron a un tipo que se ganaba el sustento tocando la cítara, un pobre diablo que rasgaba las cuerdas por las propinas y que no tenía experiencia en la composición de bandas sonoras. Alguna virtud percibieron en él ya que le propusieron componer la banda sonora. Herr Karas aceptó: viaje pagado a Londres, un salario, etc. Lo maravilloso de esa historia es que él compuso sin partitura; sólo con la cítara y mientras proyectaban las escenas. ¿Talento en esa película, Herr Bernal? ¡A raudales, para dar y convidar!
    No obstante, creo que esa película se produce algo especial: el dios del talento les une y el viento de la casualidad les junta. Más ejemplos: el doble que hace de Harry Lime mientras vemos su sombra correr hacia Am Hof es Guy Hamilton, el que después fue director de varias películas de James Bond; John Hawkesworth, director de producción, fue años después el productor de Arriba y Abajo, una de las mejores series de televisión que he visto en mi vida; junto a Yo Claudio y Retorno a Brideshead.
    Tenemos que hacer juntos el recorrido de El tercer hombre, estimado colega, pero permíteme que yo interprete a Harry Lime porque los chicos buenos vais al cielo, pero los chicos malos vamos a todos los sitios; incluido el Alte Lampe, el tráfico de penicilina o incluso algo peor: Las Rozas. Jajajajaja.
    Ya que tu escrito versa sobre la “Vermieterin”, permíteme glosar su monólogo: “ Was ist denn nun schon wieder los, kommen Sie jetz jeden Tag? Können Sie nicht reden? Antworten Sie mir docht! Nicken, nicken kann ein jeder, reden sollen Sie. Können nicht Deutscht? Die Sprache hätten S’ längst lernen können! Lang genung sind Sie ja schon hier. Ja, was glonzen Sie mich so an, haben S’ noch nie an Türken g’sehen?”.
    Estimado colega, ¿qué artista no quiere triunfar (nadar) y guardar la ropa? El inconveniente es que algunos prefieren nadar desnudos, encontrar la ropa planchada y que las perchas las sujeten algunos que pasaban por allí. Ignoro qué pensaría Harry Lime, pero estoy convencido de que si el precio era el adecuado nadaría, plancharía y sujetaría. Ya sabes, estimado colega: unos van al cielo y otro vamos a todos los sitios; aunque sea al infierno, sobre todo por los amigos. Jajajajaja.

    P.D.- El tercer hombre es una película repleta de matices: ¿por qué es el soldado francés quien le ofrece el lápiz de labios? Tuve en mis manos la cítara con la que Anton Karas compuso esa melodía (U. te lo conseguirá). ¿Te imaginas que sentí? Podría explicarlo, pero sé que me dispensarás de hacerlo: aún no aprendí a verter lágrimas sobre una pantalla de ordenador; dicen que eso estropea el aparato.

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