Cuando Viena era Atenas

Bandera de la UniónEl próximo lunes, el primer ministro griego visitará Viena ¿Qué recursos le quedan para intentar parar a sus socios de la Unión? Austria tiene experiencia al respecto.

7 de Febrero.- Según informan los medios locales, el próximo lunes, día nueve, el primer ministro griego Tsipras (el que la ha liado parda y amenaza con liarla más aún) va a visitar Viena para encontrarse con su homólogo austriaco, el translúcido Werner Faymann al objeto, se supone, de conversar a propósito de lo que Grecia va a hacer en el futuro. Siguiendo la acrisolada tradición diplomática austriaca, es probable que Faymann trate de templar gaitas en lo posible, y de convencer a Tsipras de que se deje de “tontás” y le dé a la Unión y al Banco Central Europeo una de cal y otra de arena (por lo menos para ganar tiempo), mientras que es más que verosímil que el diestro de Atenas, prisionero de la derecha nacionalista griega y de sus propias promesas electorales (promesas imposibles de cumplir, porque para cumplirlas hace falta un parné que no tiene), trate de convencer al canciller austriaco de que rompa una lanza a favor del Gobierno ateniense y en contra de la llamada troika.

Uno de los caballos de batalla de los griegos en esta lucha por la supervivencia (la suya y la nuestra) es el de “recuperar su soberanía”.

Los griegos sienten el hecho de que sus acreedores quieran cobrar lo que se les debe es una enorme injerencia en sus asuntos internos. Asuntos, sobre los que la Unión no debería tener nada que decir (según ellos, naturalmente). Sus acreedores, como es natural, no piensan lo mismo. Y en esas estamos.

15 años del trauma

A este respecto, por cierto, se cumplen 15 años de uno de los traumas más duros de la historia reciente austriaca; una situación que tiene algunos puntos en común con la crisis griega (en lo político, naturalmente). Los resultados de las elecciones celebradas en octubre de 1999 y el establecimiento de un Gobierno de coalición en Austria a principios de Febrero del año 2000 motivaron que la Unión Europea reacccionase con una dureza sin precedentes hasta entonces. En Austria, las reacciones fueron tan violentas como divergentes: por un lado, la vergüenza (muy comprensible) de una parte muy importante de la población. Por otro lado, un furor patriotero que inauguró una época que, como ha quedado luego patente en larguísimos procesos judiciales, solo trajo corrupción y graves daños al aparato del Estado.

El 30 de Enero de 2000, el primer ministro griego, durante una rueda de prensa dijo que “Austria nos importa a todos”. Sus palabras eran una dolida reacción al hecho de que, por primera vez desde el fin de la segunda guerra mundial, un partido de ultraderecha, el FPÖ de Haider, hubiera obtenido un porcentaje de votos (el 26,9 %) que le iba a poner en el Gobierno en coalición con el ÖVP del que después sería canciller, Wolfgang Schüssel, el cual había obtenido exactamente el mismo porcentaje de apoyo popular.

En la tarde de ese mismo día, los 14 miembros de la Unión Europea anunciaron que, si el partido de Haider, por fin, entraba en el Gobierno austriaco, romperían relaciones con Austria y aplicarían una batería de sanciones. Después de acordar, en una conferencia telefónica, en qué consistirían las sanciones, los 14 informaron a Thomas Klestil, entonces presidente de Austria, de su decisión. El Gobierno Schüssel-Haider (en el que Haider mismo, por cierto, no participó en parte en un intento de acallar la reacción internacional) fue anunciado el día 1 de Febrero de 2000. La investidura fue programada para el día 4 de Febrero. Por primera vez en toda la Historia de Austria en una situación semejante, el espacio entre el parlamento y la Heldenplatz estuvo cubierto por una densa marea humana de protesta, de tal manera que, tanto Haider como el futuro canciller tuvieron que acceder al Hofburg por un túnel subterráneo. La ceremonia de investidura fue glacial. Thomas Klestil no miró a la cara ni a Haider ni a Schüssel y se mantuvo durante todo el tiempo con una cara larga totalmente impropia de lo que se supone que es un momento festivo en toda democracia.

Empezó para Austria una época funesta cuya punta de lanza fue el nombramiento como Ministro de Economía de Karl Heinz Grasser, uno de los “favoritos” de Jörg Haider y sin duda uno de los artífices de un Estado de cosas que terminó con un trasvase constante de fondos de las arcas del Estado austriaco a los bolsillos de varios “listos” (entre ellos el propio Haider).


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