El campo de prisioneros de Frauenkirchen

FrauenkirchenEn lo que hoy es el paraíso natural del Seewinkel, en Burgenland, estuvo hace cien años una sucursal del infierno.

27 de Julio.- Una de las cosas chulas que tiene vivir en Austria es que te encuentras la Historia en los sitios más insospechados.

Di que hace poco estuve de boda en un balneario que hay cerca de la localidad de Frauenkirchen, en Burgenland, marco-incomparable-de-belleza-sin-igual. El lugar, famoso por sus aguas termales, está rodeado por un verdadero paraiso natural. La llanura que, desde los arrabales de Viena y su región, termina en Hungría. Al día siguiente de la celebración, que fue divertidísima y que se prolongó hasta entrada la madrugada, este servidor de sus lectores, con la ojera puesta, se disponía a volver a Viena cuando, en un recodo del camino, vio una indicación que le llevó al sitio en donde están hechas las fotos que ilustran este reportaje.

No lejos del balneario, hoy un paraíso natural, antaño una zona bastante deprimida e insalubre, está lo (poco) que queda del antiguo campo de internamiento de prisioneros de guerra de Frauenkirchen/Boldogasszony. Se erigió al principio de la primera guerra mundial, en Septiembre de 1914 (vamos, casi estaba humeando todavía el cañón de la pistola de Gavrilo Princip) y al principio se destinó sobre todo a acoger prisioneros de guerra rusos. Posteriormente, las necesidades de la guerra hicieron obligatoria su ampliación y, en 1916, cuando alcanzó el máximo de su capacidad, estuvieron internadas en Frauenkirchen alrededor de 30.000 personas, de las cuales, por lo menos dos tercios realizaban trabajos fuera del campo en la industria y en la agricultura y colaborando, suponemos que muy a regañadientes en el esfuerzo de la guerra.

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Pronto, a los prisioneros rusos se unieron los serbios, los italianos y los procedentes de Bukovina (entre la actual Chequia, Ucrania y Rumanía). También había un campo de internamiento para personas civiles. En Frauenkirchen, estuvieron internados en condiciones de extrema miseria y sujetos a grave precariedad mujeres, niños y ancianos. La situación del campo y la dureza de los tiempos obligaba, además, a que fuera una entidad prácticamente autosuficiente. Tenía servicio de correos, zapateros, sastres y una planta que producía energía eléctrica.

Lo escaso de la alimentación y el hacinamiento provocó que, en el invierno de 1915 estallase una epidemia de tifus que alcanzó su punto álgido en el verano, con una cifra de cien muertos diarios. Pasado lo peor de la epidemia, una inspección del imperio austro-húngaro cifró los muertos en casi seismil setecientos. Hoy, se encuentran enterrados en el antiguo terreno del campo, convertido en cementerio militar de cuyo mantenimiento se ocupa la Schwarzes Kreuz o Cruz Negra, que es una asociación que se encarga del mantenimiento de las tumbas de los soldados caídos en combate o de las víctimas civiles.

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Cuando se terminó la primera guerra mundial, los supervivientes de Frauenkirchen fueron repatraidos a sus países (o a las entidades que habían sustituido a los países en donde habían nacido) y el campo fue saqueado por la población local y por los prisioneros austriacos que volvían también de la guerra y que se habían quedado prácticamente con lo puesto. En 1919, lo que quedó (que es de suponer que fuera poco) se sacó a pública subasta –la joven primera república austriaca tampoco estaba para muchas alegrías económicas- y del antiguo campo solo quedaron las cruces del cementerio y lo que hoy lo identifica más: una capilla muy pequeña, de apenas dos metros cuadrados, que fue erigida por los prisioneros italianos y en cuyo frontispicio pone CREDO (Creo).Y es que debía de hacer falta mucha fe para sobrellevar aquello.

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En los años cincuenta del siglo pasado, casi sobre las cenizas humeantes de la guerra que sucedió a la que dio motivo a la construcción del campo, el Gobierno de la antigua Yugoslavia erigió un monolito (feísimo, por cierto y esto, como dicen en Cádiz, no es criticar: es referir) para honrar a sus muertos.

Hoy, el campo de Frauenkirchen es un recinto rodeado por una cerca de piedra que le llega al pecho a un niño pequeño, por cuyos recovecos silba el viento siempre plácido de la llanura de Burgenland y en donde, en verano, refulge el rojo de las amapolas y se pudren lentamente las coronas de laurel. En eso paran todas las guerras.

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