Amor al arte

artistasLos clientes de un restaurante italiano pueden dar fe de que Ainara tiene pinta de ir a seguir la tradición familiar.

12 de Agosto.- Querida Ainara (*) : este año has estado de vacaciones en Italia, en donde tu padre ha estado trabajando un par de semanas. Desde allí me has mandado la primera postal que he recibido de tu puño y (muy buena) letra.

Supongo que todavía es muy pronto para que te des cuenta de lo importante que es viajar y de cómo esas experiencias tuyas de la infancia formarán, sin que te pares demasiado a pensarlo, un equipaje que te ayudará a desprenderte de lastres que entorpecen el viaje de otros contemporáneos tuyos (aquí entre nosotros: “otros contemporáneos tuyos mucho más tontos”). Por ejemplo, el nacionalismo (esa tontería de pensar que un lugar del mundo es mejor que otro solo porque uno ha nacido en él) o la intolerancia religiosa (cuando es bien sabido que a Dios, por serlo, le importan un pimiento las formas en que nos dirigimos a él, y lo único que busca en nosotros es una cosa que es totalmente internacional: que lo hagamos con el corazón limpio de odio).

También se ha visto en este viaje que has heredado la propensión familiar a las artes y más concretamente a las artes escénicas. O sea, que como nos pasa a todos (a tu padre también, aunque no haya ejercido nunca) basta que nos toquen las palmas para que nos pongamos a bailar. Tú, de hecho lo has hecho literalmente en un restaurante veneciano para entusiasmo del público asistente el cual, por lo visto, se daba codazos y decía sonriente “guarda, la ragazzina” (sobre poco más o menos).

Te confieso que a mí me gustaría tener una sobrina artista pero me gustaría que fueras artista en todo lo que el arte tiene de enriquecimiento y profundización del alma. El arte es, sobre todo, una vía de conocimiento de eso que el filósofo llamó “la densa experiencia de la vida”.

El artista, Ainara es, ante todo, un investigador de la realidad. Una persona que se hace preguntas y trata de encontrar respuestas a esas preguntas utilizando ese instrumento que es el talento que Dios le haya dado. Por eso, si te juntas con artistas (de los de verdad) las dos palabras que más escucharás serán “problema” y “solución”.

Otra cosa que debe tener presente aquel que quiera dedicarse a cualquier arte en serio, sin ser un diletante (no hay cosa que yo odie más que el amateurismo) es que, aparte de aprender la técnica de su oficio de la mejor manera posible, el artista debe ser consciente de que no debe rechazar ninguna experiencia, por ingrata que esta sea o por indirecta que sea la relación que, a primera vista, pueda guardar con su actividad artística. Porque si hay una cosa que he aprendido durante todos estos años es que nunca se sabe cuándo algo que has vivido, algo que has aprendido, te puede servir para construir mejor un texto o para ponerte mejor en el lugar de un personaje, o para provocar en tu modelo esa emoción que produce el instante perfecto que toda buena fotografía es.

En el arte, al principio, todo es placer (era tu caso al bailar ante la mirada asombrada de tu público) pero después, poco a poco, uno se va cargando con la responsabilidad de tratar de hacer las cosas cada vez mejor, cada vez con más cuidado, cada vez con más amor por lo que uno está haciendo. Los productos del arte de uno nacen siempre de la reflexión lenta y cuidadosa, de la curiosidad. Sin esas tres cosas el talento solo no sirve para nada.

Besos de tu tío.

(*)Ainara es la sobrina del autor


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