La sociedad austriaca se halla conmocionada de manera transversal por un hallazgo terrible. En cuestión de horas, este país está dejando de ser el mismo.
27 de Agosto.- Una de las cosas que más me dolió -porque doler es la palabra- cuando visité el campo de trabajo de Mauthausen fue ver que la cámara de gas, aproximadamente igual de grande que el salón de mi casa, era un sitio de una banalidad que hería. Una habitación como un garaje, pintada de gris hasta media pared y de blanco hasta el techo, unos tubos grises con unos como grifos y ya. Nada más.
Al ver el camión en el que han muerto (se supone que ayer) cinco decenas de personas (no se sabe el número exacto), más que probablemente pobres refugiados, he recordado lo que fue aquel horror de Mauthausen. La banalidad de la muerte en serie, la negación de la especificidad y de la unicidad y la dignidad de todas las vidas humanas. La rentabilización de la desgracia por parte de unos hijos de puta que se aprovechan de la situación menesterosa de sus congéneres para hacer dinero.
La sociedad austriaca se encuentra conmocionada y, desde sus más altas instancias hasta lo más humilde, ha habido reacciones de duelo, de repulsa y de indignación. Y, naturalmente, se ha hablado de la necesidad de luchar contra las mafias de tráfico de personas.
Los austriacos están teniendo que acostumbrarse, a mucha más velocidad de lo que ellos hubieran querido nunca, a la desagradable sensación de que su país, la ordinario apacible república que yo llamo con cariño (y algo de recochineo) pequeña y salada, ya no es la isla de paz que solía y que, por primera vez, quizá desde hace veinticinco años, quizá desde los estertores crueles de la segunda guerra general, la historia está rompiendo contra las fronteras de lo que ha sido desde que yo lo conozco un remanso de paz.
Naturalmente y, en esto, los españoles que vivimos aquí no podemos tener los ojos cerrados, tragedias como la acaecida en Burgenland hoy están reforzando el cambio que se está produciendo en la sociedad austriaca. En cuestión de horas.
A pesar de la ola de solidaridad realmente encomiable que está recorriendo el país, de los miles de prendas de vestir y de artículos de todo tipo que se están recolectando y distribuyendo entre los miles de personas que vienen a parar a Austria, del coraje civil demostrado constantemente por ciudadanos particulares y por personas prominentes que abominan del racismo y de la xenofobia (y que muchas veces son amenazados en la red y fuera de ella, y si no que se lo digan al presentador Armin Wolf) no hay que dudar que, como un muelle que vuelve a su sitio o una goma elástica que recobra su forma natural, en la sociedad austriaca está resucitando la antigua nostalgia por un „hombre fuerte“ que domine la situación y que devuelva las aguas al cauce que, para muchos austriacos (particularmente los que leen el Kronen Zeitung y basuras semejantes) han abandonado.
Y así, se da la paradoja de que, mientras los partidos políticos „normales“ llamémoslos así, se están dejando „la piel en el pellejo“ para reconducir la crisis -con unos resultados bastante discretos hasta el momento, también hay que reconocerlo- es la ultraderecha la que lidera las encuestas, con un discurso -que todos sabemos que es incumplible- hecho de control, cierres, seguridad, refuerzos, muros y demás palabras que remiten a una reacción de pánico, de histeria, de terror y de insolidaridad.
Adolfo Suárez decía (y a mí me gusta citarlo) que solamente hay dos cosas de hacer las cosas: la fácil y la buena.
Me gustaría pensar que la sociedad va a elegir el camino correcto, pero la verdad, no estoy seguro de que vaya a ser así. Y me duele. Lo que pasa es que, como quiero mucho a los austriacos, también les entiendo y comprendo que ciertas reacciones, como las que se están produciendo en Alemania, dejando aparte las que brotan de personas malas de raíz, son principalmente fruto del miedo. Y el miedo, el desatado en particular, es libre.
Quisiera terminar este artículo con un llamamiento. Mis lectores habrán notado que, fuera de esta reflexión, no hay ninguna referencia concreta a las circunstancias en las que se ha producido la muerte de estas personas. Si alguien la esperaba, seguirá esperándola en vano. He estado leyendo por encima algunos periódicos españoles que han informado sobre el tema y me ha parecido asqueroso el tratamiento del tema que han hecho. Creo que los muertos se merecen el ultimo respeto a la privacidad de su muerte. Revelar determinados detalles o discutirlos o mencionarlos es robarles lo poquito último que les queda.
Así pues, descansen en paz. Y que no la haya para los malvados que han perpetrado este crimen y los que les escondan.
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